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miércoles, 6 de noviembre de 2019

Harto de todo

¿Les ha pasado que llega un momento de sus vidas en el que todo les molesta, en el que están hartos de todo y todos? A mí sí. Muchas veces. Últimamente me he sentido irritable, de mal humor, con pocos ánimos, sin ganas de hacer nada, molesto sin ningún motivo aparente, insoportable conmigo mismo. Me da coraje porque es algo que no puedo controlar, se me escapa de las manos, me rebasa. A veces siento que me ahogo en un vaso de agua, que exagero las circunstancias, que dramatizo de más. Ojalá fuera solo eso. Lo cierto es que me siento atrapado dentro de un laberinto sin salida. Y me siento cansado, sumamente cansado, fastidiado, aburrido.





Estoy harto de levantarme todos los días a la misma hora. Odio el maldito despertador, odio su sonido con todas mis fuerzas, con cada fibra de mi corazón y con cada trozo de mi alma. Su sonar me provoca ansiedad, me llena de angustia y desesperanza. Quisiera quemarlo, destruirlo con mis propias manos, lanzarlo por la ventana, desaparecerlo para siempre. Solamente un alma negra, perversa y sin escrúpulos pudo haber ideado un aparato como el despertador. Mil veces maldita la persona que lo inventó.

Después ¿qué sigue? Bañarme y desayunar para comenzar el día. El mismo afán de cada día. Salgo a la calle con la esperanza de no toparme con un maldito camión escolar detenido en el camino. Porque si me topo uno ya valió. Esos malditos camiones pasan por todos lados a horas y deshoras. No tienen un horario fijo. Ya estoy harto de tener que andar a las prisas para evitarlos, de tener que estar siempre pendiente del reloj para calcular a qué hora debo salir de la casa. Ver esos camiones parados recogiendo escuincles me provoca náuseas. Y todos los días es lo mismo.





¿Y qué decir del tráfico? Las horas pico son abominables. Estoy harto de estar enfrascado en los embotellamientos cotidianos. Frena, acelera, frena, acelera. Nunca falta el estúpido que se te mete a lo tonto o el idiota que no acelera y alenta el tráfico. Estos especímenes se reproducen como conejos.

Llego a la oficina y le imploro al cielo que no me empiecen a joder tan temprano. Ya estoy harto de lidiar con clientes estúpidos por teléfono todo el tiempo. Esa gente no entiende razones. Creen que son los únicos clientes, que no hay nadie más, en fin. Quieren las cosas a la de ya. Muchas llamadas son quejas o reclamos. Ya tengo suficientes problemas en mi vida para preocuparme por nimiedades. Trato de poner mi mejor cara y de tener la mejor actitud del mundo, pero no funciona, al menos no en mi caso. De hecho creo que me resulta contraproducente. Cuando trato de ver las cosas buenas, las malas salen de donde menos lo imagino. Lo bueno es que mi trato con clientes es solamente por teléfono, no quiero imaginar siquiera cómo sería si tuviera que verles las caras todos los días.





Ya estoy harto de limitarme en lo que como. Es un verdadero suplicio para mí. No puedo cambiar mis hábitos alimenticios. Ya estoy harto de todas las dietas habidas y por haber. Contar calorías, medir porciones, pesar los alimentos... ¿qué demonios es todo eso? Eso no es vida para nada, es el infierno en la Tierra. ¿Y todo para qué? Para verse bien, para estar saludable. A veces me dan ganas de tirar todo por la borda y hacer lo que mi abuelo. De todas formas nos vamos a morir tarde o temprano.

El gimnasio es otra de las cosas que ya me tiene hasta el copete. Es imposible ir en la mañana por lo cual voy en la tarde después del trabajo. No sé cómo puede haber gente que vaya al gimnasio por gusto. Deben ser masoquistas. Yo salgo todo estresado de la oficina, con una jaqueca insoportable y un humor de los mil demonios y lo que menos quiero hacer es agitarme, llenarme de sudor y cansarme, para después estar dolorido por días. Eso sin contar con la gente con la que tiene uno que lidiar en el gimnasio. ¿Por qué demonios no pueden poner las cosas en su lugar? Es demasiado el tiempo que se pierde al buscar las mancuernas o demás cosas que no están en su sitio. ¿Y también por qué se creen dueños de las máquinas? ¡Vayan a lo que van y lárguense! Se la pasan comadreando y estorbando a los demás.





Llego a la casa cansado y con un sueño que para qué les cuento. Ah, pero no les he dicho que no puedo salir a revisar el buzón o tirar la basura porque inmediatamente se viene corriendo el perro del vecino de enfrente a ladrarme y tratar de morderme. Esa bestia me alucina y ni sé por qué. Y la antipatía es mutua.

Los vecinos de al lado son mención aparte. Todos los días es el mismo sonsonete. Tienen un escándalo con su música de Zumba y los escuincles se la pasan corriendo y haciendo travesuras. Y los fines de semana el señor pone su música agropecuaria a todo volumen. Es un verdadero infierno.

De lunes a viernes siempre es lo mismo. El estrés es constante. Ansío los fines de semana como no tienen idea. Anhelo dormir, descansar, desconectarme del mundo, de la realidad. Pero el tiempo se pasa volando, se esfuma. Salgo un rato a la calle y pasan horas que parecen minutos. El tiempo libre del que dispongo no es suficiente para recuperarme de los estragos de la semana. En un abrir y cerrar de ojos ya es lunes otra vez. Y continúa la maldición. 





Una de las cosas que más infeliz y desdichado me hace es mi trabajo. He tratado de mil y una maneras de ya no digamos amarlo, sino por lo menos sobrellevarlo. Pero no puedo. ¿Y por qué sigo ahí si lo detesto?, se preguntarán ustedes. Pues porque no me puedo dar el lujo de renunciar así nada más sin tener un plan b. Ya no soy un adolescente que puede permitirse esos desplantes. Aunque debo confesarles que ganas no me faltan, sobre todo después de colgar con un cliente estúpido. 

¿He hecho algo para cambiar mi situación? Sí, y eso es precisamente lo que me frustra más. A diferencia de otras veces, en esta ocasión sí me puse a actuar. Comencé un proyecto que me entusiasma mucho y que me asusta a la vez porque tal vez sea mi última oportunidad para salir de este atolladero. Siento que pasan los días, las semanas, los meses y no pasa nada. Sabía que no sería fácil, pero de todas formas todo está resultando más lento de lo que esperaba. Ya no puedo perder más tiempo.





Me siento sumamente cansado en todos los sentidos, tanto física como mental y emocionalmente. Siento que empujo una pesada roca cuesta arriba y ya no hay marcha atrás. Ya no hay tiempo para equivocarse, para experimentar. Quisiera despertar y darme cuenta de que todo fue un mal sueño, una pesadilla, que nada pasó en realidad. Quisiera desaparecer, irme a un lugar lejano donde nadie me conozca y empezar desde cero. Aunqué sé de antemano que esa no es la solución ya que los problemas te persiguen a donde vayas. Sé que tal vez haya personas en situaciones peores que la mía, no lo dudo, pero ese no es ningún consuelo para mí. Tal vez ellos son más fuertes que yo. Quisiera tener su entereza, sus ánimos, su estoicismo. Pero no soy como ellos. Lástima.

Mañana, mañana, mañana. Es la única esperanza que queda. Mañana como Anita la huerfanita o como Scarlet O'Hara. Mañana será otro día. Lo dejaré para mañana. Mañana pensaré en eso, hoy no. Hasta mañana, amigos.

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