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domingo, 17 de noviembre de 2019

Renacer de las cenizas

Los que conocen algo de mitología griega sabrán que el fénix era un ave de fuego que renacía de sus cenizas. El fénix se desvanecía para renovarse y renacer en toda su gloria y majestuosidad. Me encanta esta analogía porque representa muy bien lo que tenemos que hacer frente a las adversidades. Dicen que después de la tormenta viene la calma. De la misma forma no puede haber un arcoíris sin lluvia. La esperanza surge a raíz de los problemas de la vida. Si nunca enfrentáramos cosas desagradables ni esperáramos que cambiaran, no existiría la esperanza. El bien y el mal; la muerte y la vida; el amor y el odio; todo tiene su lado contrario y ninguno puede existir sin el otro.



Todos (o la mayoría, habrá algún masoquista por ahí) quisiéramos una vida sin complicaciones, tranquila, feliz, pacífica, plena. La vida es tan corta y desafortunadamente gran parte de ella se nos va en cosas tan desgastantes. Nunca faltan los problemas, los agravios, los sinsabores, las malas experiencias, las tristezas, las tragedias, las desgracias, los infortunios. No existe un manual que nos enseñe cómo vivir. Tenemos que aprender a base de experiencia propia.

Terminando el año con el pie izquierdo


Por circunstancias que no me compete mencionar aquí, les diré que esta semana me quedé sin trabajo. Lo único que les puedo decir es que fue por causas de fuerza mayor y que no renuncié. La verdad ya lo veía venir y estaba de cierta manera mentalizado. Sin embargo, debo admitir que no fui inmune a la noticia y sentí como si me hubieran echado un balde de agua fría.

Es cierto que tenía pensado dejar mi trabajo en un futuro no muy lejano para dedicarme a otra cosa. En publicaciones pasadas les mencioné que comencé a trabajar en un proyecto, el cual está avanzando más lento de lo que yo quisiera. He estado trabajando en él a la par de mi trabajo de tiempo completo. Pero las cosas me están saliendo mal o por lo menos, no de la manera que yo esperaba. Es frustrante porque he estado dando mi mejor esfuerzo y cuando por fin pensaba que veía una luz al final del camino, ¡pum! me sucede esto.

¿Y ahora qué? 


Sé que no es el final. Cuando nos caemos, no hay más que levantarnos y continuar nuestro camino. Pero digo, tampoco somos de palo y es inevitable desanimarse y querer tirar todo por la borda. Lo peor del caso es que muchas veces se trata de cosas que no están bajo nuestro control y que son factores externos los que determinan nuestras circunstancias. No es algo que se solucione con "echarle ganas".

Me encuentro frente a un desafío abismal. Tengo que poner muchas cosas en la balanza y pensar muy bien mi próximo paso. Ya no quiero volver a las andadas. No quiero repetir errores pasados. Quiero comenzar a vivir, a disfrutar de la vida, a no estresarme por el trabajo y esas cosas tan vulgares. Necesito reinventarme, renovarme.

Quisiera regresar el tiempo y volver a esas épocas en las que mis únicas preocupaciones eran hacer la tarea y sacar buenas calificaciones. Pero lamentablemente eso ya no es posible. Ahora tengo que sacar fuerzas de flaqueza y seguir adelante. Hacer de tripas, corazón.

Aferrarse a algo


Dicen que la esperanza es lo último que muere y que mientras hay vida, hay esperanza. Cuando nos sentimos ahogados hasta el cuello, lo único que nos queda es aferrarnos a algo. Lo más fácil es dejarnos vencer y quedarnos en el suelo. 

Parecerá una frase de un libro de autoayuda, pero ¡no te rindas! Sigue adelante. Aférrate a Dios, a tu familia, a un amor, a tus sueños, a cualquier cosa, pero no te rindas. No es el final sino el comienzo de algo más. 

No es fácil, pero muchas veces en la vida tenemos que volver a empezar. La vida no es fácil y mucho menos justa, pero no dejemos que eso sea un impedimento. Hay que renacer de nuestras cenizas.




domingo, 10 de noviembre de 2019

La comodidad de dar "Unfollow"

Con el auge de las nuevas tecnologías y las redes sociales, los procesos de comunicación entre las personas han cambiado drásticamente. Recuerdo cuando era niño, si quería jugar con mis amigos, tenía que ir a tocar a sus puertas y preguntar si les daban permiso de salir. Si acaso, les hablabas por teléfono, pero creo que era más común ir a sus casas. Ahora, ya todo lo manejamos por mensajería instantánea. Si queremos comunicarnos con alguien, le enviamos un mensaje en WhatsApp o cualquier otra de las redes sociales existentes. No nos gusta hablar por teléfono, incluso aunque estemos afuera de sus casas. Si alguien pasa por mí o si yo paso por alguien, al llegar le envío un mensaje para decirle que ya salga. Ni hablamos por teléfono ni tocamos a la puerta. 

Las redes como nuevo medio de comunicación

No pretendo "demonizar" a las redes de ninguna manera. Me parecen una invención muy útil, pero es innegable el impacto que han tenido en la sociedad, tanto para bien como para mal. La comunicación se ha vuelto mucho más impersonal. Si estamos en la casa de la abuela, con amigos en un restaurante o simplemente en una reunión, la mayoría está pegada a sus celulares gran parte del tiempo en lugar de entablar una conversación normal. Me parece una falta de respeto y por lo tanto, trato de evitarlo. Creo que hemos dejado que la tecnología se apodere de nuestras vidas y se ha perdido algo del encanto de disfrutar de las buenas cosas de la vida, como una plática amena con familia o amigos. Estamos físicamente en un lugar pero nuestra mente está en otro lado; estamos pero no estamos. Nos preocupamos más por ver qué comentaron en nuestro perfil, por ver qué chisme circula en las redes, por ver memes o videos o por cualquier otra cosa en lugar de disfrutar de la compañía.





La gran paradoja de las redes es que pareciera que hacer nuevos amigos o encontrar pareja debería ser más fácil al haber más formas de comunicación que de antaño, pero no siempre es así. Se supone que la comunicación debería fluir, pero muchas veces sucede todo lo contrario. El proceso de comunicación es intermitente, ineficiente, insuficiente. No expresamos nuestras ideas a los demás con claridad e incluso surgen malentendidos en el intercambio de mensajes. Lo cual me lleva a mi siguiente punto.

La paradoja de las redes




En la actualidad, es muy fácil sacar a la gente de tu vida. Si me enojo con alguien, si ya no quiero saber nada de una persona, lo primero que hacemos es eliminarla o bloquearla de nuestras redes. En el pasado, si te molestabas con alguien, simplemente tratabas de evitarla en persona si es que se veían seguido o no contestabas a sus llamadas. Se podría decir que las cosas no eran tan obvias. Pero ahora, al eliminar a una persona de nuestros contactos el efecto es inmediato y evidente hasta para un ciego. 

En lugar de discutir un problema, es más sencillo eliminar a una persona de tu lista. Es la salida más facil y una manera de evitar conversaciones incómodas y tener que dar explicaciones. Puede ser considerado como algo infantil e inmaduro, pero en un arranque es algo inevitable. Cuando estás enojado no razonas, no piensas con la cabeza y somos propensos a actuar por impulso. Es triste que una relación de amistad o amorosa termine de esta manera en lugar de hablar las cosas en persona, máxime si se trata de una larga relación.

Te bloqueo, me bloqueas, nos bloqueamos

Me sucedió algo similar esta semana. En un grupo de WhatsApp del que formo parte tuvimos una discusión y la conversación subió de tono. Yo me "enchilé", como decimos en México, por un comentario que hizo una persona. Debo confesar que yo ya estaba un poco predispuesto en su contra por una serie de cosas que no viene al caso mencionar aquí. Así que para no hacer las cosas más grandes y evitar contestar en pleno enojo, me salí del grupo y bloqueé a esa persona de todas mis redes. Ya no tuvimos oportunidad de hablar ni aclarar nada. Supongo que a estas alturas esa persona ya debe haberse dado cuenta. Ahora que tengo la cabeza fría y que he meditado largamente sobre el asunto, debo reconocer que tal vez me precipité y actué de manera inmadura. Pero el incidente de WhatsApp fue solo la gota que derramó el vaso. Yo ya no estaba contento con algunas cosas que esta persona había dicho o hecho, pero mi error fue nunca hacérselo saber. Cometí el error de irme guardando todas las piedritas hasta que la cosa estalló. Era algo inevitable. 

Siento que debí haber mantenido el control y dejar que las cosas se enfriaran, pero esto es lo que sucede cuando nos dejamos llevar por un impulso. Y es que uno también tiene su orgullo o dignidad, como la quieran llamar. Es lamentable que las cosas se hayan dado de esta manera y no sé qué pasará ahora. Formamos parte de un mismo grupo de amigos y si no se arreglan las cosas, va a ser un tanto incómodo tener que coincidir por ahí. Voy a estar como Ross y Rachel cuando rompieron su relación y su grupo de amigos tenía dificultad para juntarse todos porque aquellos dos no podían verse. Bueno, tal vez exagero, no es mi caso exactamente, pero sí preferiría no tener que ver a esta persona si nos dejáramos de hablar. Sería triste, pero lo hecho, hecho está. 





Por lo pronto, nos vamos a reunir para festejar Navidad dentro de unas pocas semanas y no sé qué cara pondré cuando nos tengamos que ver. Si se da la oportunidad de aclarar el malentendido, me dará mucho gusto, pero si no, a pesar de que me dolería, ya dejaría las cosas así. Le desearía lo mejor a esa persona, que le vaya bien en la vida, pero como ya no compaginamos, ya no tiene caso vernos más. 

Y ustedes, amigos, ¿qué experiencias han tenido al respecto? ¿Han terminado una relación amorosa o de amistad por medio de las redes? Au revoir! 

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Harto de todo

¿Les ha pasado que llega un momento de sus vidas en el que todo les molesta, en el que están hartos de todo y todos? A mí sí. Muchas veces. Últimamente me he sentido irritable, de mal humor, con pocos ánimos, sin ganas de hacer nada, molesto sin ningún motivo aparente, insoportable conmigo mismo. Me da coraje porque es algo que no puedo controlar, se me escapa de las manos, me rebasa. A veces siento que me ahogo en un vaso de agua, que exagero las circunstancias, que dramatizo de más. Ojalá fuera solo eso. Lo cierto es que me siento atrapado dentro de un laberinto sin salida. Y me siento cansado, sumamente cansado, fastidiado, aburrido.





Estoy harto de levantarme todos los días a la misma hora. Odio el maldito despertador, odio su sonido con todas mis fuerzas, con cada fibra de mi corazón y con cada trozo de mi alma. Su sonar me provoca ansiedad, me llena de angustia y desesperanza. Quisiera quemarlo, destruirlo con mis propias manos, lanzarlo por la ventana, desaparecerlo para siempre. Solamente un alma negra, perversa y sin escrúpulos pudo haber ideado un aparato como el despertador. Mil veces maldita la persona que lo inventó.

Después ¿qué sigue? Bañarme y desayunar para comenzar el día. El mismo afán de cada día. Salgo a la calle con la esperanza de no toparme con un maldito camión escolar detenido en el camino. Porque si me topo uno ya valió. Esos malditos camiones pasan por todos lados a horas y deshoras. No tienen un horario fijo. Ya estoy harto de tener que andar a las prisas para evitarlos, de tener que estar siempre pendiente del reloj para calcular a qué hora debo salir de la casa. Ver esos camiones parados recogiendo escuincles me provoca náuseas. Y todos los días es lo mismo.





¿Y qué decir del tráfico? Las horas pico son abominables. Estoy harto de estar enfrascado en los embotellamientos cotidianos. Frena, acelera, frena, acelera. Nunca falta el estúpido que se te mete a lo tonto o el idiota que no acelera y alenta el tráfico. Estos especímenes se reproducen como conejos.

Llego a la oficina y le imploro al cielo que no me empiecen a joder tan temprano. Ya estoy harto de lidiar con clientes estúpidos por teléfono todo el tiempo. Esa gente no entiende razones. Creen que son los únicos clientes, que no hay nadie más, en fin. Quieren las cosas a la de ya. Muchas llamadas son quejas o reclamos. Ya tengo suficientes problemas en mi vida para preocuparme por nimiedades. Trato de poner mi mejor cara y de tener la mejor actitud del mundo, pero no funciona, al menos no en mi caso. De hecho creo que me resulta contraproducente. Cuando trato de ver las cosas buenas, las malas salen de donde menos lo imagino. Lo bueno es que mi trato con clientes es solamente por teléfono, no quiero imaginar siquiera cómo sería si tuviera que verles las caras todos los días.





Ya estoy harto de limitarme en lo que como. Es un verdadero suplicio para mí. No puedo cambiar mis hábitos alimenticios. Ya estoy harto de todas las dietas habidas y por haber. Contar calorías, medir porciones, pesar los alimentos... ¿qué demonios es todo eso? Eso no es vida para nada, es el infierno en la Tierra. ¿Y todo para qué? Para verse bien, para estar saludable. A veces me dan ganas de tirar todo por la borda y hacer lo que mi abuelo. De todas formas nos vamos a morir tarde o temprano.

El gimnasio es otra de las cosas que ya me tiene hasta el copete. Es imposible ir en la mañana por lo cual voy en la tarde después del trabajo. No sé cómo puede haber gente que vaya al gimnasio por gusto. Deben ser masoquistas. Yo salgo todo estresado de la oficina, con una jaqueca insoportable y un humor de los mil demonios y lo que menos quiero hacer es agitarme, llenarme de sudor y cansarme, para después estar dolorido por días. Eso sin contar con la gente con la que tiene uno que lidiar en el gimnasio. ¿Por qué demonios no pueden poner las cosas en su lugar? Es demasiado el tiempo que se pierde al buscar las mancuernas o demás cosas que no están en su sitio. ¿Y también por qué se creen dueños de las máquinas? ¡Vayan a lo que van y lárguense! Se la pasan comadreando y estorbando a los demás.





Llego a la casa cansado y con un sueño que para qué les cuento. Ah, pero no les he dicho que no puedo salir a revisar el buzón o tirar la basura porque inmediatamente se viene corriendo el perro del vecino de enfrente a ladrarme y tratar de morderme. Esa bestia me alucina y ni sé por qué. Y la antipatía es mutua.

Los vecinos de al lado son mención aparte. Todos los días es el mismo sonsonete. Tienen un escándalo con su música de Zumba y los escuincles se la pasan corriendo y haciendo travesuras. Y los fines de semana el señor pone su música agropecuaria a todo volumen. Es un verdadero infierno.

De lunes a viernes siempre es lo mismo. El estrés es constante. Ansío los fines de semana como no tienen idea. Anhelo dormir, descansar, desconectarme del mundo, de la realidad. Pero el tiempo se pasa volando, se esfuma. Salgo un rato a la calle y pasan horas que parecen minutos. El tiempo libre del que dispongo no es suficiente para recuperarme de los estragos de la semana. En un abrir y cerrar de ojos ya es lunes otra vez. Y continúa la maldición. 





Una de las cosas que más infeliz y desdichado me hace es mi trabajo. He tratado de mil y una maneras de ya no digamos amarlo, sino por lo menos sobrellevarlo. Pero no puedo. ¿Y por qué sigo ahí si lo detesto?, se preguntarán ustedes. Pues porque no me puedo dar el lujo de renunciar así nada más sin tener un plan b. Ya no soy un adolescente que puede permitirse esos desplantes. Aunque debo confesarles que ganas no me faltan, sobre todo después de colgar con un cliente estúpido. 

¿He hecho algo para cambiar mi situación? Sí, y eso es precisamente lo que me frustra más. A diferencia de otras veces, en esta ocasión sí me puse a actuar. Comencé un proyecto que me entusiasma mucho y que me asusta a la vez porque tal vez sea mi última oportunidad para salir de este atolladero. Siento que pasan los días, las semanas, los meses y no pasa nada. Sabía que no sería fácil, pero de todas formas todo está resultando más lento de lo que esperaba. Ya no puedo perder más tiempo.





Me siento sumamente cansado en todos los sentidos, tanto física como mental y emocionalmente. Siento que empujo una pesada roca cuesta arriba y ya no hay marcha atrás. Ya no hay tiempo para equivocarse, para experimentar. Quisiera despertar y darme cuenta de que todo fue un mal sueño, una pesadilla, que nada pasó en realidad. Quisiera desaparecer, irme a un lugar lejano donde nadie me conozca y empezar desde cero. Aunqué sé de antemano que esa no es la solución ya que los problemas te persiguen a donde vayas. Sé que tal vez haya personas en situaciones peores que la mía, no lo dudo, pero ese no es ningún consuelo para mí. Tal vez ellos son más fuertes que yo. Quisiera tener su entereza, sus ánimos, su estoicismo. Pero no soy como ellos. Lástima.

Mañana, mañana, mañana. Es la única esperanza que queda. Mañana como Anita la huerfanita o como Scarlet O'Hara. Mañana será otro día. Lo dejaré para mañana. Mañana pensaré en eso, hoy no. Hasta mañana, amigos.