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domingo, 10 de marzo de 2019

Cuando el trabajo empieza a afectar tu vida personal

Somos seres polivalentes. Cumplimos diferentes roles en la vida. Uno de ellos, de los que más tiempo ocupa de nuestras vidas, es el de empleado. A menos de que seas emprendedor, claro está. Pero para la gran mayoría de la humanidad, para los simples mortales que trabajamos para alguien más, tenemos que desempeñar este papel durante una gran parte de nuestras vidas. A veces se vuelve una carga insoportable, se convierte en un verdadero viacrucis. Nos pasamos gran parte del día en el trabajo, interactuando con nuestros jefes, compañeros de trabajo o clientes, pasamos más tiempo con ellos que con nuestra familia o amigos. Se convierten en tu segunda familia y eso no siempre es agradable. Díganmelo a mí. Claro que hay honrosas excepciones, no puedo generalizar, pero son muy pocas. Es tan triste que gran parte de nuestras vidas tengamos que pasarla de este modo. 

Me siento al borde del colapso, en un punto de quiebre. Algunos pensarán que dramatizo de más, que exagero, pero lo cierto es que solamente la persona afectada es la que conoce su cruz y eso aplica para todos. Ir a trabajar todos los días me cuesta y mucho. Despertarme en las mañanas me pesa como no tienen idea. Odio tener que enfrascarme en el tráfico diario, aunque eso es lo de menos. Lo peor de mi día a día comienza cuando pongo un pie dentro de la oficina. A veces no termino de abrir la puerta cuando ya está sonando el maldito teléfono. Ah, porque para los que no saben, soy el encargado administrativo de un pequeño negocio de reparación de electrodomésticos. Y como parte de mis funciones, tengo que hacerme cargo del teléfono. De hecho, gran parte de mi día me la paso en el teléfono, principalmente con clientes. No saben cuánto lo odio. Odio cada vez que suena ese maldito aparato de Satanás y tengo que lidiar con clientes necios. No todos son iguales, pero con un estúpido que te toque es suficiente para arruinarte el día. Y muchas veces es más de uno. Te hablan para quejarse y a veces hasta se desquitan contigo sin deberla ni temerla. Muchas cosas no están bajo mi control, pero como yo soy el punto de contacto pues es conmigo con quien se desquitan, al que se la rayan, al que le mientan la madre, en fin. He tenido que lidiar con clientes un tanto conflictivos que casi hacen que saque lo peor de mí. A veces me dan ganas de mandarlos al diablo y de salir corriendo de la oficina para nunca más volver, pero lamentablemente no puedo hacerlo. No puedo ponerme al tú por tú con los clientes, aunque ellos no siempre tengan la razón. Para una persona un poco introvertida como yo, es difícil desempeñar un trabajo así. Antes era demasiado introvertido y con el tiempo he cambiado algo, pero no he dejado de ser introvertido. Daría lo que fuera por no tener que hablar con nadie por teléfono. Pero por el momento tengo que hacerlo.





De mis jefes no tengo quejas, de hecho son de los mejores jefes que he tenido, aunque uno de ellos es un poco despistado. Lo que me estresa es el trabajo en sí. Estar al teléfono todo el día, manejar tiempos, lidiar con tanta ambigüedad e incertidumbre, todo se acumula y ya he comenzado a resentirlo en mi vida personal. Hay días en que me siento tan agobiado y no es raro que termine el día con una jaqueca horrible. Ya tengo algunos meses que voy al gimnasio después del trabajo, pero a veces me siento tan fatigado mentalmente que me cuesta sobremanera ir. Tengo que forzarme y sacar fuerzas de flaqueza para ir. Hago ejercicio por salud y estética, para que vamos a echar mentiras, pero lo odio, todos los que me conocen saben que odio el ejercicio con todas las fuerzas de mi corazón. Algunas personas dicen que el ejercicio te ayuda a desestresarte, a relajarte, pero al menos en mi caso no es así, yo creo que soy la excepción a las estadísticas. Eso de la vida fit la verdad no es para mí. Quiero comer sin restricciones y disfrutar de la vida como una persona normal y no tener que pasármela peleando con extraños por un maldito aparato o una banca en el gimnasio. 

Fuera del gimnasio,  a veces me cuesta salir a divertirme o hacer otras cosas. Por ejemplo, este viernes pasado un amigo me había invitado a un festival en el centro, pero ese día estuvo pesadísimo en el trabajo y llegué a mi casa y lo único de lo que tenía ganas era de cenar y tirarme en el sillón a ver la televisión. Así que le mandé un whats y le dije que me disculpara, pero que no me sentía bien y que no iba a poder ir. No estaba mintiendo. No me sentía bien. Tenía una jaqueca espantosa y esto se ha vuelto de lo más común. Así terminan muchos de mis días últimamente. No tengo energía física ni mental para fletarme el tráfico de la hora pico y hacer ejercicio, lo único que quiero es irme a mi casa. Me da coraje, pero he dejado que el trabajo me afecte hasta el punto de ya no querer salir en mi tiempo libre. He descuidado cosas que me gustan mucho como la lectura y el cine, porque simple y sencillamente no tengo cabeza para nada. No puedo concentrarme, me duele la cabeza, lo único que quiero es dormir, cerrar los ojos y olvidarme del mundo por unas horas. Aunque a veces ni el sueño ayuda. De hecho he llegado a soñar con el trabajo. Me despierto y es hora de ir a trabajar. Qué ironía. Mi tiempo libre no puedo disfrutarlo plenamente porque en contra de mi voluntad me la paso pensando en los pendientes de la oficina. El fin de semana se me pasa volando, ni lo siento. Dos días a la semana no son suficientes para olvidarme de lo horrible que estuvo mi semana. Las vacaciones ayudan un poco, pero el efecto es pasajero. Ahorita por ejemplo, ya se me acabó la pila que había recargado en mis últimas vacaciones. Aunque debo reconocer que esta última vez la pila recargada me duró un poco más, pero el caso es que tarde o temprano el efecto restaurador se me pasa y vuelvo a las mismas. El estrés es una constante en mi vida. Ni siquiera hacer las cosas que me gustan son suficientes para eliminarlo. Realmente necesito un año sabático.





En este momento que estoy escribiendo esto es domingo por la tarde y ya empiezo a alucinar el lunes. Es inevitable pensar en los pendientes que tengo para mañana, en los clientes que me llamarán, en que voy a tener que hablarle a uno de nuestros proveedores que se la pasa dándonos problemas, en fin. Vivo con una tensión constante. Mi cuello y mis hombros me duelen todo el tiempo de tanto estrés. Voy a que me den masaje y el efecto no me dura. El estrés es mucho más fuerte que yo. Necesito desarrollar la capacidad para manejar tanto estrés, pero no he tenido éxito. No he encontrado la fórmula que me ayude a contrarrestarlo. Ya me cansé de leer artículos, de buscar en Internet, de pedir consejos, nada me funciona. Me siento acorralado, presa de ese mal del siglo XXI. A veces siento que voy a perder la cordura, pero no corro con tanta suerte. Qué equivocado estaba cuando de niño pensaba que la vida adulta sería lo mejor. La desilusión ha sido muy grande.





Ahora bien, ustedes se preguntarán por qué sigo en ese trabajo si no me gusta para nada. Y la respuesta es que no tengo otra opción. Al menos no el corto plazo. Me ha costado mucho trabajo conseguir trabajo en EE. UU. y no puedo darme el lujo de botarlo así nada más. Y también tengo que tratar de mejorar mi C.V. Dentro de un mes voy a cumplir un año en mi trabajo actual. Me ha parecido una eternidad. Pero tengo que aguantarme por lo menos un año más o en lo que encuentro algo mejor. He pensado en regresar a la universidad, pero para hacerlo tendría que endeudarme y en este momento de mi vida lo que menos necesito son deudas. Así que por todo lo anterior tengo que seguir en mi trabajo actual. Eso sin contar con la crisis existencial que me cargo actualmente. Pero esa es otra historia. 

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