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domingo, 4 de noviembre de 2018

Cuando te niegas a aceptar la realidad

Hay muchas cosas en la vida que no nos gustan y que no estamos dispuestos a aceptar. Pero lamentablemente hay cosas que se escapan de nuestro control, cosas que son irremediables y que por más que nos aferremos, no podemos cambiar. El paso del tiempo, por nombrar un ejemplo. El tiempo puede ser cruel y despiadado. Dicen que el tiempo ayuda a olvidar, que el tiempo todo lo cura...pero muchas veces olvidamos que el tiempo no perdona y que los errores los cobra muy caros. El tiempo pasa y no se detiene. Cada día que vivimos es un día más o un día menos, dependiendo de tu perspectiva. Pero lo que es un hecho, lo que es indiscutible, es que cada día nos hacemos más viejos, vamos perdiendo nuestras habilidades tanto físicas como mentales y no hay nada que podamos hacer. Si acaso podemos retrasar el proceso un poco, pero tarde o temprano a todos nos llega la hora. La muerte: el destino final de todos. Pero en esta publicación no quiero ser trágico sino todo lo contrario. Quiero hablar de esas veces en que una ilusión nos mantiene vivos, con una esperanza, con la dignidad que todo ser humano debe poseer. Porque en esta vida hay que aferrarse a algo, de lo contrario estás perdido. 





La semana pasada tuve que acudir a una de esas malditas oficinas de gobierno a renovar mi licencia de conducir. Tuve que esperar cuatro horas para que me atendieran, para que vean que acá no todo es eficiencia como muchos creen. Pero eso es tema aparte. Lo que me orilló a escribir esta publicación fue la experiencia que tuve casi al final de mi estadía en ese horrendo lugar. Me hicieron una prueba de la vista con esos visores en los que te asomas y te dicen que leas todos los caracteres de una línea. La persona que me atendió me dijo que le leyera la línea 5. ¡Tremenda y desagradable sorpresa me llevé! Me hicieron leer la misma línea tres veces porque me había equivocado en más de una ocasión. Después de la tercera vez me dijo que debería revisarme la vista. Me quedé en shock, no supe qué decir, no supe cómo reaccionar. Fue como si me hubieran echado un balde de agua fría. Me sentí como Marimar cuando tuvo que sacar con los dientes la pulsera del lodo. Pocas veces me he sentido tan humillado en toda mi vida. No exagero en lo absoluto. Ya el oftalmólogo me había dicho hace un par de meses que necesitaba usar lentes. No lo acepté la primera vez y la segunda no iba a ser la excepción. Pero esta última vez fue el acabóse. Me niego a aceptar algo así. Me niego rotundamente a usar lentes. No me visualizo así, no me imagino así, no me gusta cómo me veo con ellos. Me gustan los lentes de sol pero no los de aumento. Muchos dicen que te dan un toque intelectual, que son cool y no sé qué tantas tonterías más, pero no me convencen. Así todo mundo los usara, a mí no me gustan. Desde entonces he prestado más atención a mi alrededor y me he dado cuenta de que son muchas las personas que los usan. Tengo primos y amigos que los usan, pero no me había dado cuenta de cuánta gente los utiliza aparte de ellos. Pero eso es lo de menos. No me gustan. De hecho me desagrada la sola idea de tener que usarlos. Es una lata tener que cargar con ellos a todas partes, cuidarlos de que no se rayen o quiebren, que no los dejes olvidados en x lugar, que se te empañen los cristales cuando llueve, en fin. Todo eso aunado a que no me gusta cómo se me ven. Sonaré muy vanidoso y lo que ustedes quieran, pero siento que perdería parte de mi atractivo, de mi identidad, no sería yo mismo sino otra persona. El doctor y el mundo entero podrán decirme mil y una veces que debo usar lentes, pero no lo acepto, no lo acepto y no lo acepto. Me niego rotundamente.





Siento que el trasfondo de lo anterior, consciente o inconscientemente, es mi negación a envejecer. Antes, la pérdida de la vista era algo casi que reservado a la gente de cierta edad. Ahora en la actualidad es muy común que la gente joven, incluidos los niños, usen lentes. Pero eso se debe a otros factores en los cambios del estilo de vida actual. Dejando eso aparte, la pérdida de la vista siempre ha estado asociada con la edad, era una de las cosas que te decían cuando ya no veías bien: ya estás viejo. ¡Y yo no lo estoy! Si bien ya no soy un adolescente, disto mucho de ser una persona vieja. Soy un hombre joven al que le falta mucho por vivir. No quiero vivir mi vida condenado a tener que usar esas cosas abominables hasta que me muera. Es una realidad que no quiero y no puedo aceptar. Pero sé que tarde o temprano tendré que aceptarlo. Son verdades que duelen, que te pegan en la autoestima, en tu orgullo. Pero como escribí arriba, son cosas inevitables. Con el tiempo no necesariamente nos hacemos más sabios pero sí más viejos. Poco a poco nuestras facultades físicas y mentales cambian. Nos hacemos más lentos, nos lesionamos más fácilmente, nos cuesta más trabajo bajar de peso o hacer ejercicio, se nos olvidan las cosas o nos es más difícil aprender cosas nuevas, etc. Es una triste realidad que nos cuesta aceptar. Para muchos de nosotros es un duro golpe a nuestro ego, a ese ego que todo mundo tiene. Ahora nosotros somos la "gente grande". La gente más joven que tú te llama señor o señora. Y cala. No me gusta y no me acostumbro. Pero no hay marcha atrás. ¡Cómo quisiera poder retroceder en el tiempo! Pero no es posible. Estamos encaminados a un destino final sin retorno.





Estamos en una edad difícil. Comenzamos a perder a nuestros seres queridos: nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros tíos...Nos convertimos poco a poco en lo que veíamos muy lejano. Ahora nosotros somos los padres, los tíos y en un futuro no muy lejano, los abuelos. Y el proceso es irreversible. Cada día nacen y mueren las personas y la vida sigue. El tiempo no se detiene, el tiempo no perdona. El tiempo es oro y por eso cuesta muy caro. Por eso tenemos que aprovechar cada momento, cada minuto, cada instante porque pueden ser los últimos. Antes lo consideraba como un discurso barato, como cursilerías, pero ahora lo veo todo desde otra perspectiva. Somos seres cambiantes y aunque nos cueste, tenemos que aprender a adaptarnos a nuestro entorno. Aunque a algunos nos cuesta más que a otros. 

Por lo pronto todavía no me decido qué hacer respecto a lo de los lentes. Una parte de mí me dice que usar lentes no es el fin del mundo, pero otra parte se niega a aceptarlo. Preferiría estar muerto a tener que usar lentes. Obviamente lo digo a modo de broma, pero por el momento me resisto a aceptar los diagnósticos. Tal vez me opere de la vista, pero la verdad le saco a las operaciones. En fin, veremos y diremos.  

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