Como ya he escrito anteriormente, hay muchas cosas sobre mi persona que no me gustan. Una de ellas es mi incapacidad de que se me "resbalen" las cosas. Me tomo las cosas muy a pecho, como dicen; personales, para que entiendan todos los que lean esto. He tratado por todos los medios de que no sea así, pero no he tenido ningún éxito. Quisiera dimensionar las cosas de manera correcta, no darles importancia a cosas que no la tienen, no exagerar ni hacer aspavientos, que no me importara nada, que no me afectara nada, seguir con mi vida normal como todos los demás...pero ¡no puedo! Para mi desgracia tengo una excelente memoria que nunca me falla para recordarme esos momentos amargos y una estúpida sensibilidad que me cuesta trabajo ocultar. Tengo que hacer mi mejor esfuerzo para que la gente no se dé cuenta, aunque muchas veces me es muy difícil lograrlo. Siempre he sido así desde que tengo uso de razón, aunque ya con la experiencia he aprendido un poco a manejar mejor las cosas. Pero no he podido erradicar este defecto por completo. Es algo con lo que he tenido que cargar de tiempo atrás. Odio este sentimiento de vulnerabilidad, de sensibilidad, de fragilidad. No se trata de un asunto de masculinidad malentendida sino de algo que no me ha dejado vivir, que me estorba, que no me deja estar en paz. Es algo más grande que mis fuerzas y que se ha acentuado con el tiempo. No sé si sea cuestión de edad o que he estado sometido a mucho estrés últimamente, pero cada vez me cuesta mucho más trabajo lidiar con esto. En las últimas semanas me he sentido irritable; de mal humor; cansado, más que física, espiritual y emocionalmente; me siento molesto sin razón aparente; deprimido. He tenido cambios de humor involuntarios; algunos dirán que es la andropausia, aunque todavía me falta mucho para eso, no he llegado siquiera a los 30. Otros dirán que soy bipolar y, aunque no soy experto en psiquiatría, sé que tampoco se trata de eso. No sé a qué atribuirlo, pero necesito encontrar un remedio y rápido.
Siempre desde niño he sido una persona algo huraña. A partir de la universidad empecé a hacer más amigos y a relacionarme más, aunque siempre he tenido mis reservas cuando trato a una nueva persona. Me gusta conocerlas bien y formar relaciones profundas; no me gusta lo superficial. A últimas fechas he salido más, he convivido más, me he relacionado más; pero a veces siento que necesito un espacio para mí solo. A veces cuando me encuentro con otras personas y estas hacen algun comentario sin mala intención (quiero pensar que así es), me molesta. Y eso es suficiente para arruinarme un buen momento. No soy de esas personas que pueden ignorar un comentario, hacerlo a un lado y seguir como si nada. Lo peor es cuando no sé qué es lo que me molesta, cuando no logro dilucidar la causa de mi molestia. Y es peor aún porque no puedo atacar ese sentimiento, no puedo hacerlo a un lado porque ni siquiera sé de qué se trata. También me ha pasado que a veces algo que pensé que ya había olvidado, algo que ya había quedado en el pasado resurge y se interpone entre una persona y yo. Algunos dirán que son rencores; yo la verdad no me atrevo a aseverar tal cosa. Pero representa un gran problema para mí.
En las últimas semanas han sucedido muchas cosas, algunas triviales hasta en mi opinión, pero que me han molestado sobremanera. Son cosas que me han arruinado un buen momento y que simplemente no he podido ignorar. Me da coraje conmigo mismo porque yo sé que a veces exagero, que dramatizo, pero no puedo evitarlo. Es algo que forma parte de mi naturaleza. La gente cree que a uno le gusta vivir así, pero no hay nada más falso que eso. Al menos en mi caso, no; no soy masoquista, no me gusta sufrir de a gratis. Quisiera ser como todas esas personas de personalidad fuerte, que no permiten que nada les afecte. Las envidio como no tienen idea. Esa gente puede llevar su vida de manera normal y no tienen que cargar con nada. Yo en cambio, hay veces que ni yo mismo me aguanto. Me caigo mal yo mismo por las cosas que digo y pienso. Sé que muchas veces tomo decisiones equivocadas, que me comporto de manera pueril, pero soy un ser humano y tengo derecho a equivocarme. A veces me siento como los personajes de las caricaturas que tienen un ángel y un diablo a los lados aconsejándoles qué hacer. Lamentablemente no siempre escucho al ángel.
Quisiera encontrarle una causa a todo esto. Como escribí arriba, no es algo nuevo para mí, pero es un hecho que se ha exacerbado en los últimos años. Y cuando tomo la resolución de relajarme más, de tomar las cosas con calma, de tomar las cosas de quien vienen, tal parece que la vida decide poner mi resistencia a prueba. Hoy por ejemplo, me enteré de algo que no viene al caso mencionar, pero que la verdad sí es algo superficial y eso bastó para hacerme pasar un mal rato. El Enrique viejo resurge, ese Enrique que pensé haber sepultado, resucita. Me veo frente al espejo y me parece ver al mismo Enrique que tenía 10 años. Es cuando me doy cuenta de que a pesar de que nuestro cuerpo cambie, a pesar de que nuestro exterior sea diferente, el interior muchas veces permanece intacto. No importa que cumplas 30, 40 o 50 años, muchas cosas no cambian. Y no porque no quieras o porque no lo intentes; simplemente no se da, es algo que forma parte de tu naturaleza.
Si ustedes no tienen ese problema, ¡los felicito! Pero no juzguen a quienes tienen problemas así, ni minimicen sus problemas. Tal vez, a veces, nos ahoguemos en un vaso de agua, pero no siempre es así. Cada quien tiene sus problemas y solamente uno sabe cómo se siente. Cada quien tiene demonios o fantasmas que lo atormentan; estoy hablando en metáfora, no se lo tomen todo literal. Cada cabeza es un mundo. No todos pensamos de la misma manera, no todos sentimos de la misma manera. Hay personas que viven con los sentimientos a flor de piel, mientras que hay otras que son más frías, que se guían por la cabeza y no por el corazón. Para muchas personas como yo no es fácil relacionarse con los demás. Si ya de por sí las relaciones interpersonales son complicadas, agréguenle encima este componente y las cosas se complican más todavía. No es que no sepamos que tenemos un problema sino que no existe una varita mágica ni una solución universal para resolverlo. Solamente nos queda tratar de aprender y controlar. Lo equparo al diabético que sabe que su enfermedad no tiene cura y tiene que medicarse y controlar sus niveles de azúcar. Aunque no digo que lo que me pase sea una enfermedad como la bipolaridad; ya eso es hablar de cosas mayores. Lo que sí es un hecho es que a veces ni yo mismo me aguanto, pero como soy la única persona que puedo ayudarme, pues no tengo más remedio que aguantarme. Nadie más lo hará. Ayúdate que yo te ayudaré. No viene en la Biblia, pero cuánta razón tiene quienquiera que haya inventado ese dicho.