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domingo, 30 de septiembre de 2018

Cuando ni tú mismo te aguantas

Como ya he escrito anteriormente, hay muchas cosas sobre mi persona que no me gustan. Una de ellas es mi incapacidad de que se me "resbalen" las cosas. Me tomo las cosas muy a pecho, como dicen; personales, para que entiendan todos los que lean esto. He tratado por todos los medios de que no sea así, pero no he tenido ningún éxito. Quisiera dimensionar las cosas de manera correcta, no darles importancia a cosas que no la tienen, no exagerar ni hacer aspavientos, que no me importara nada, que no me afectara nada, seguir con mi vida normal como todos los demás...pero ¡no puedo! Para mi desgracia tengo una excelente memoria que nunca me falla para recordarme esos momentos amargos y una estúpida sensibilidad que me cuesta trabajo ocultar. Tengo que hacer mi mejor esfuerzo para que la gente no se dé cuenta, aunque muchas veces me es muy difícil lograrlo. Siempre he sido así desde que tengo uso de razón, aunque ya con la experiencia he aprendido un poco a manejar mejor las cosas. Pero no he podido erradicar este defecto por completo. Es algo con lo que he tenido que cargar de tiempo atrás. Odio este sentimiento de vulnerabilidad, de sensibilidad, de fragilidad. No se trata de un asunto de masculinidad malentendida sino de algo que no me ha dejado vivir, que me estorba, que no me deja estar en paz. Es algo más grande que mis fuerzas y que se ha acentuado con el tiempo. No sé si sea cuestión de edad o que he estado sometido a mucho estrés últimamente, pero cada vez me cuesta mucho más trabajo lidiar con esto. En las últimas semanas me he sentido irritable; de mal humor; cansado, más que física, espiritual y emocionalmente; me siento molesto sin razón aparente; deprimido. He tenido cambios de humor involuntarios; algunos dirán que es la andropausia, aunque todavía me falta mucho para eso, no he llegado siquiera a los 30. Otros dirán que soy bipolar y, aunque no soy experto en psiquiatría, sé que tampoco se trata de eso. No sé a qué atribuirlo, pero necesito encontrar un remedio y rápido.





Siempre desde niño he sido una persona algo huraña. A partir de la universidad empecé a hacer más amigos y a relacionarme más, aunque siempre he tenido mis reservas cuando trato a una nueva persona. Me gusta conocerlas bien y formar relaciones profundas; no me gusta lo superficial. A últimas fechas he salido más, he convivido más, me he relacionado más; pero a veces siento que necesito un espacio para mí solo. A veces cuando me encuentro con otras personas y estas hacen algun comentario sin mala intención (quiero pensar que así es), me molesta. Y eso es suficiente para arruinarme un buen momento. No soy de esas personas que pueden ignorar un comentario, hacerlo a un lado y seguir como si nada. Lo peor es cuando no sé qué es lo que me molesta, cuando no logro dilucidar la causa de mi molestia. Y es peor aún porque no puedo atacar ese sentimiento, no puedo hacerlo a un lado porque ni siquiera sé de qué se trata. También me ha pasado que a veces algo que pensé que ya había olvidado, algo que ya había quedado en el pasado resurge y se interpone entre una persona y yo. Algunos dirán que son rencores; yo la verdad no me atrevo a aseverar tal cosa. Pero representa un gran problema para mí.





En las últimas semanas han sucedido muchas cosas, algunas triviales hasta en mi opinión, pero que me han molestado sobremanera. Son cosas que me han arruinado un buen momento y que simplemente no he podido ignorar. Me da coraje conmigo mismo porque yo sé que a veces exagero, que dramatizo, pero no puedo evitarlo. Es algo que forma parte de mi naturaleza. La gente cree que a uno le gusta vivir así, pero no hay nada más falso que eso. Al menos en mi caso, no; no soy masoquista, no me gusta sufrir de a gratis. Quisiera ser como todas esas personas de personalidad fuerte, que no permiten que nada les afecte. Las envidio como no tienen idea. Esa gente puede llevar su vida de manera normal y no tienen que cargar con nada. Yo en cambio, hay veces que ni yo mismo me aguanto. Me caigo mal yo mismo por las cosas que digo y pienso. Sé que muchas veces tomo decisiones equivocadas, que me comporto de manera pueril, pero soy un ser humano y tengo derecho a equivocarme. A veces me siento como los personajes de las caricaturas que tienen un ángel y un diablo a los lados aconsejándoles qué hacer. Lamentablemente no siempre escucho al ángel. 




Quisiera encontrarle una causa a todo esto. Como escribí arriba, no es algo nuevo para mí, pero es un hecho que se ha exacerbado en los últimos años. Y cuando tomo la resolución de relajarme más, de tomar las cosas con calma, de tomar las cosas de quien vienen, tal parece que la vida decide poner mi resistencia a prueba. Hoy por ejemplo, me enteré de algo que no viene al caso mencionar, pero que la verdad sí es algo superficial y eso bastó para hacerme pasar un mal rato. El Enrique viejo resurge, ese Enrique que pensé haber sepultado, resucita. Me veo frente al espejo y me parece ver al mismo Enrique que tenía 10 años. Es cuando me doy cuenta de que a pesar de que nuestro cuerpo cambie, a pesar de que nuestro exterior sea diferente, el interior muchas veces permanece intacto. No importa que cumplas 30, 40 o 50 años, muchas cosas no cambian. Y no porque no quieras o porque no lo intentes; simplemente no se da, es algo que forma parte de tu naturaleza. 

Si ustedes no tienen ese problema, ¡los felicito! Pero no juzguen a quienes tienen problemas así, ni minimicen sus problemas. Tal vez, a veces, nos ahoguemos en un vaso de agua, pero no siempre es así. Cada quien tiene sus problemas y solamente uno sabe cómo se siente. Cada quien tiene demonios o fantasmas que lo atormentan; estoy hablando en metáfora, no se lo tomen todo literal. Cada cabeza es un mundo. No todos pensamos de la misma manera, no todos sentimos de la misma manera. Hay personas que viven con los sentimientos a flor de piel, mientras que hay otras que son más frías, que se guían por la cabeza y no por el corazón. Para muchas personas como yo no es fácil relacionarse con los demás. Si ya de por sí las relaciones interpersonales son complicadas, agréguenle encima este componente y las cosas se complican más todavía. No es que no sepamos que tenemos un problema sino que no existe una varita mágica ni una solución universal para resolverlo. Solamente nos queda tratar de aprender y controlar. Lo equparo al diabético que sabe que su enfermedad no tiene cura y tiene que medicarse y controlar sus niveles de azúcar. Aunque no digo que lo que me pase sea una enfermedad como la bipolaridad; ya eso es hablar de cosas mayores. Lo que sí es un hecho es que a veces ni yo mismo me aguanto, pero como soy la única persona que puedo ayudarme, pues no tengo más remedio que aguantarme. Nadie más lo hará. Ayúdate que yo te ayudaré. No viene en la Biblia, pero cuánta razón tiene quienquiera que haya inventado ese dicho.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Con los dedos de la mano

Siempre he considerado que la persona que tiene amigos es muy rica y afortunada. Los amigos son esas personas especiales que forman parte de nuestra vida, pero que a diferencia de nuestra familia, a ellos sí podemos escogerlos. Por eso tiene más mérito, más valor. Muchas veces podemos contar más con los amigos que con los familiares. Pero como todo en la vida, de lo bueno, poco. Y los amigos no son la excepción. Son contadas las personas con las que uno puede contar, en las que uno puede confiar. Por eso pienso que es importante reflexionar sobre el significado de la palabra "amigo". Para mí no se trata solamente de una persona con la que pasas tiempo o sales a la calle, si ese fuera el caso se podría decir que hay gente que tiene muchos amigos. Pero como dice el proverbio: "En la cama y en la cárcel se conoce a los amigos", es decir, en las malas. Porque en las buenas todos están contigo, pero cuando tienes un problema, solamente los verdaderos amigos estarán ahí para ayudarte. 





En mi caso, tengo pocos amigos, los puedo contar con los dedos de la mano. Son personas en las que puedo confiar y que sé que me ayudarán en la medida de lo posible cuando lo necesite. Y lo mismo haría yo por ellos. Son como los hermanos que nunca tuve. Lamentablemente, todos están en México. Y a pesar de que la distancia física no nos permite vernos tan seguido, el cariño sigue ahí. Aunque no sea lo mismo, seguimos en contacto por teléfono o redes sociales. Por lo menos no nos sentimos tan lejanos. Y cuando tengo oportunidad de ir a Monterrey, trato de visitarlos y recordar viejos tiempos. Podemos hablar de lo mismo cada vez que nos vemos y no nos aburrimos. Es como si el tiempo se hubiera detenido y todo permaneciera igual.

En Houston fue muy difícil hacer amigos. De entrada, a mis vecinos ni los conozco. Como aquí la mayoría de la gente vive encerrada ni los buenos días nos damos. Y en los trabajos que he tenido realmente no he conocido gente. En uno solamente tenía una compañera y era una bruja; me hacía la vida de cuadritos. En otro tuve un compañero que era buena persona, pero éramos muy diferentes y nuestra relación se limitaba al trabajo. Casi no convivíamos fuera de la oficina. Y en mi trabajo actual estoy solo en la oficina porque no tengo compañeros. Nunca he trabajado en una empresa grande así que no he tenido la oportunidad de relacionarme como yo quisiera. Apenas el año pasado comencé a conocer gente y a relacionarme más gracias a una aplicación llamada Meetup. He hecho buenos amigos o, al menos, eso pienso. Vamos a cenar de vez en cuando, nos vamos a un bar o antro y hemos hecho otras cosas juntos. Pero aún no logro dilucidar la fortaleza de nuestra amistad. No he logrado con ellos la conexión que tengo con mis amigos de Monterrey. No sé si pueda contar con ellos cuando tenga un problema, quiero pensar que sí, porque en lo que a mí respecta, ellos pueden contar conmigo. Se los he dicho. Pero no tengo la seguridad de que el sentimiento sea recíproco. La verdad me da miedo encariñarme con las personas, creer que puedo contar con ellas. He depositado mi confianza en otras personas y me han fallado. Ya me ha pasado. Tal vez sea porque mis expectativas son muy altas, porque para mí la amistad es sinónimo de entrega, de complicidad. Los amigos se cuentan sus cosas, aunque evidentemente cada quien tiene algo que es solamente suyo y no les gusta compartirlo, no porque no tengas confianza en los demás sino porque es algo tuyo nada más. Cada quien tiene derecho a algo de privacidad. No sé si en mi caso también influyan los factores culturales o si simplemente son las personalidades de cada quien, pero el caso es que no sé con certeza quiénes son mis amigos y quiénes no. Como ya dije antes, no se trata solamente de salir, de pasar tiempo juntos, sino de lograr una conexión especial.





El año pasado me llevé una decepción. Qué raro. Pero este año ha sido un poco mejor, aunque no dejo de tener mis precauciones. La experiencia me ha enseñado que debes aprender en quién confiar y en quién no. No puedes confiar a ciegas ni meter las manos al fuego por alguien que no conoces bien. Si a veces creyendo conocer a alguien te va mal, ahora imagínate si no conoces a esa persona. Es muy importante seleccionar bien a tus amistades. Los amigos y la pareja son las únicas personas que uno escoge en la vida. Pero nada es eterno. A la novia la cortas, de la esposa te divorcias y los amigos se van. Por eso a veces me da miedo hacer nuevos amigos porque sé que tarde o temprano nos separaremos. Ya me ha pasado y es algo que no me gusta. No me acostumbro. 

Hace algunos años tenía un amigo que se mudó de ciudad. Seguíamos en contacto por medio de redes sociales, pero llegó un momento en el que ya no respondió a mis mensajes. Y después me eliminó de sus contactos. Pensaba que éramos buenos amigos y que así sería por mucho tiempo, pero me equivoqué. Pero bueno, son experiencias de la vida. Es inevitable equivocarse con las personas. Muchas veces el sentimiento no es recíproco, aunque uno piense lo contrario. Para mí la lealtad es muy importante y creo que si la amistad es lo suficientemente fuerte, la distancia no es impedimento alguno. Personas van, personas vienen. Las personas que verdaderamente son tus amigos no se olvidan de ti. Pueden estar lejos físicamente, pueden pasar años, pero la amistad permanece.


Hay amigos que no son amigos, y hay amigos que son más que hermanos 
Proverbios  18:24
       

viernes, 14 de septiembre de 2018

Envidia de la buena

Hay cosas que son inevitables y que no importa cuánto te esfuerces por cambiarlas. A últimas fechas me he dado cuenta de algo que no me deja estar en paz. Reconozco que ya lo había sentido antes y creo que es normal hasta cierto punto en el ser humano. Hablo de la envidia. Todos la hemos sentido alguna vez en la vida y quien diga que no, miente. A mayor o menor escala, por lo menos alguna vez hemos querido lo que tiene el otro. Esto crea problemas cuando se convierte en una situación permanente porque es algo que nos estorba, que no nos deja vivir. Debo admitir con cierta vergüenza que últimamente he dejado que ese sentimiento me invada y contamine. Y no estoy hablando precisamente de la "envidia de la buena", si es que algo así existe. Envidia es envidia y punto. Es algo muy feo, algo que no me gusta, pero no lo puedo evitar. Veo a las personas que me rodean y veo que les va bien. Ganan bien, viven desahogadamente, en fin. Por un lado me da gusto que les vaya bien en la vida, pero por otro no puedo evitar el sentir un coraje, renegar de la suerte que me tocó. Conozco a muchas personas y sé que algunas de ellas se merecen lo que tienen, lo que han logrado. Las admiro profundamente, pero eso no impide que sienta esta insatisfacción, esta necesidad de tener y ser más. Y por otro lado, conozco a otras personas que me consta que no se merecen lo que tienen, pero la vida fue benévola con ellas. La vida no es justa, siempre lo he dicho y no me cansaré de decirlo. No es un afán de hacerme la víctima. Sólo yo sé cuánto me he esforzado por salir adelante, al igual que muchas otras personas, sé que no soy el único. La vida no ha sido fácil para mí. Me ha costado mucho estudiar, prepararme, buscar un trabajo, forjar una carrera, en fin, todas las cosas que son necesarias para el bienestar de cualquier persona. No me he dormido en mis laureles, como mucha gente dice. He luchado, me he caído y levantado, pero honestamente ya estoy cansado. No soy de palo. Las derrotas duelen y aunque no sea fácil reconocerlo, al final no tenemos más opción que aceptar las cosas como son.





Por más que digan que el dinero no es la felicidad, que las cosas materiales son secundarias y demás cosas por el estilo, no pueden negar que el dinero es muy importante y necesario en la vida. No voy a decir que viví en la pobreza, pero mi situación dista mucho de ser la ideal. Tuve que soportar muchas cosas. Cuando de niño, tuvimos que vivir con mi abuela porque mi papá no podía pagar una casa. Según me contaron, tuvimos una pero solamente por un par de años y tuvimos que devolverla. Yo era tan pequeño que no lo recuerdo. Así que tuvimos que mudarnos con mi abuela y de paso se nos arrimó una tía y se hicieron muchos problemas. A veces el ambiente en la casa era insoportable. Pero tuve que aguantarme, no había de otra. 

Después cuando quise entrar a la universidad, no pude estudiar en la que yo quería porque era muy cara. Sí, tenía buenas calificaciones y calificaba para algunas becas pero no era suficiente. Y nuestra situación económica no daba para más. Así que tuve que bajar mis estándares y estudiar en un lugar que la verdad nunca había sido una opción para mí. Afortunadamente tuve beca la mayor parte de la carrera y así la carga económica no fue tan pesada. Pero esto no representa ningún alivio. 

Después llegó lo bueno: encontrar empleo. No es fácil y menos cuando no tienes palancas. Es muy bonito todo ese discurso de obtener las cosas por uno mismo, pero que no abusen. Una ayudadita no le hace mal a nadie. La vida es tan corta para pasársela batallando para conseguir lo que uno quiere. 

Actualmente hay muchas cosas que me hacen falta. Para empezar, estoy en un trabajo que, si bien no odio, no me da satisfacción. Pero no podía ponerme mis moños porque la situación ya era insostenible. Tenía que cambiarme de trabajo a la de ya. No tengo una carrera de la cual me sienta orgulloso, es más, a veces pienso que me equivoqué de carrera. Y qué decir de lo demás. Me gustaría que mi vida fuera distinta. Poder vivir en un lugar a mi gusto, tener ciertas cosas, viajar, en fin. Me adapto a la medida de mis posibilidades, pero no deja de ser frustrante. A veces me pregunto de qué vale tanto esfuerzo, si tal parece que hay una mano que me empuja hacia abajo cuando trato de ir hacia arriba. Trato de darme ánimos yo mismo, pensando que vendrán tiempos mejores, que las cosas cambiarán, pero tal parece que no son más que quimeras. Volteo a mi alrededor y veo lo que no soy y lo que no tengo. Sí, hay que agradecer lo que uno tiene, apreciarlo, valorarlo, pero ¿por qué conformarse? Hay que ser ambicioso en la vida, siempre buscar más. Lo uno no está peleado con lo otro. Lo malo es que a veces luchamos batallas que ya están perdidas de antemano. Dios, la vida o el destino decidieron que nuestra suerte sería diferente. 





La envidia no es buena, independientemente de que sea pecado o no, es algo que no nos deja vivir. ¿Cómo evitarla? No lo sé, tal vez no es posible. Pero me esfuerzo día a día para quitarla de mi camino y seguir hacia adelante. De lo contrario, me volvería loco.