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martes, 5 de diciembre de 2017

Un rayo de esperanza

Este año ha sido malo en muchos sentidos. Ha sido un subibaja de emociones, mayoritariamente negativas. Muchas cosas no están en su lugar. No hay una plenitud personal ni profesional. Cada día ha sido una carga, la misma rutina, las mismas cosas, todo y nada. Ya no era una persona sino un autómata. No había tenido tiempo para procesar tantos cambios en mi vida. Literalmente ni tiempo para llorar tenía. Espero que nunca sepan lo que es sentir una frustración tan grande que no cabe dentro de ti. Es algo indescriptible, inefable. Nadar contra la corriente, rechazar la cruz que te tocó, caminar a tientas, vivir con una zozobra constante. Tu mundo se cae a pedazos. Quieres gritar, pero no puedes. Quieres llorar, pero no puedes. Tus lágrimas se han secado. Te has resignado a tu destino, a lo que te tocó vivir. Ya no cuestionas, o por lo menos lo haces menos que antes. Es inútil hacerlo. No hay respuestas. Estás rodeado de silencio. ¿Es un castigo? ¿Estoy pagando algún pecado? ¿Es una cruel broma del destino? ¿Es acaso un mal sueño, una pesadilla de la que pronto despertaré? No lo sé y eso me frustra más. La vida continúa, no se detiene ni un segundo. Estás en un trance. Todo parece tan irreal, todo es tan confuso. ¿Acaso lo que pasa es consecuencia de mis actos u obedece a designios superiores? No todo es blanco o negro, cierto, pero quiero creer que no toda la culpa es mía. Somos seres imperfectos, incapaces de no cometer errores. Pero parece que la vida no distingue esas cosas. Debes pagar con creces tus errores. Pero tal parece que nunca es suficiente.




Así mi año. Entré en una estupefacción, un letargo del cual no me recupero del todo. Olvidé quién era, de lo que era capaz. Me sumergí en la tristeza y la depresión. Mucha gente no cree en eso de la depresión, pero es algo real. Incluso a mí me parecía algo ajeno. No digo que no pensara que no existiera, pero nunca pensé que fuera algo que pudiera pasarme a mí. Pero me pegó y duro. Me atacó por varios frentes. Me dejé embaucar y dejé de creer en mí mismo. Perdí mis ilusiones, las ganas de vivir. Por más dramático que suene, pero así fue. Trataba de darme ánimos, pero todo era momentáneo. La depresión parecía dejarme descansar a ratos, pero no se iba del todo. No me quitaba la mirada de encima. Estaba prisionero en mí mismo. Yo era mi peor enemigo. 

Dicen que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Efectivamente me cansé. No se puede vivir en estas condiciones por mucho tiempo. En pláticas con otras personas, me di cuenta de que no soy el único. Descubrí que hay más gente atravesando por situaciones similares. Personas cercanas a mí. Eso me hizo sentir un poco aliviado. Obviamente no me alegra por lo que están pasando, pero es un aliciente saber que somos varias personas luchando por salir adelante, por no dejarnos vencer en esta cruenta batalla de la vida. Los que me conocen saben que tiendo a ser pesimista o negativo, rayando en el nihilismo. No siempre fui así. Bien dicen que la burra no era arisca sino que los palos la hicieron. No todos reaccionamos de la misma forma ante los golpes que nos da la vida. Algunas personas lo enfrentan todo con un entereza admirable, mientras que otros sucumben ante los ataques. Y es válido, porque aunque todos hayamos sido hechos con el mismo molde, nuestra esencia es distinta. Si dos gemelos idénticos no son exactamente iguales (no me refiero en el sentido físico obviamente), ¿por qué deberíamos serlo los demás?




La semana antepasada pude ir a Monterrey por unos días y pude platicar con dos grandes amigas a las que quiero mucho y estimo. Platicamos de nuestras inquietudes y problemas. Lo necesitaba tanto. Tenemos tantas cosas en común, incluyendo nuestras depresiones. Sin embargo, me hicieron ver que uno es el que debe generar un cambio. No podemos esperar que todo nos caiga del cielo. Nos vamos a caer, pero hay que levantarnos de nuevo, no importa las veces que sea necesario. No todo va a ser de color rosa, pero tampoco tiene por qué ser negro y sombrío todo el tiempo. Pero no puede haber un arco iris sin lluvia. Siempre hay una luz al final del túnel. Fue en ese momento que atisbé un rayo de esperanza. No todo está perdido. Lo hecho, hecho está y no se puede cambiar. Pero el futuro depende de mis acciones presentes. Por eso he decidido que vale la pena intentarlo. Ya estuvo bueno de andarse lamentando, de tristear, de sufrir. Hay que darle vuelta a la página.




Con todo lo anterior, no crean que me he convertido en un Dr. Lozano o Paulo Coelho, Dios me libre. Pero he decidido balancear un poco las cosas. Como hecho adrede inmediatamente después de regresar de mi viaje, parece que la vida decidió ponerme a prueba. Estos días han sido horribles en el trabajo. Llegué a la oficina con la mejor actitud posible y mi jefe me regañó por unas nimiedades. Lo peor de todo fue el miércoles pasado, el mismo día de mi cumpleaños. Ya tengo 3 años trabajando en la empresa y es fecha que mi jefe no recuerda mi cumpleaños. No espero regalo o pastel, es más, ni siquiera espero una felicitación. Honestamente me vale, pero quisiera por lo menos una consideración por ese día. Él quería que me quedara tarde a trabajar ese día y le dije que no podía, que al día siguiente me quedaba hasta la hora que quisiera y se molestó. Le expliqué mis motivos y le bajó 2 rayitas a su intensidad, pero fue un momento muy desagradable. Total, me dejó ir  a regañadientes. Me enojé mucho, pero me puse a reflexionar y decidí que eso no iba a arruinar mi día. Así que me fui a festejar con mi familia y se me pasó. Los días posteriores a mi cumpleaños no han sido mejores. Mi jefe se ha cargado un genio que me dan ganas de pedirle un deseo. No sé qué problemas personales tenga y la verdad no me interesa, pero me ha regañado por cualquier cosa. Supongo que necesita desquitarse con alguien, pero como quiero llevar la fiesta en paz, he optado por no discutir y que todo lo que me diga entre por un oído y salga por el otro. Cierro la boca para evitar problemas, por salud mental y porque me conviene. Lamentablemente, una mala referencia de un exjefe tiene mucho peso, pero eso es tema aparte. Por lo pronto, todos los días antes de llegar a la oficina respiro profundo y me digo a mí mismo que ya pronto no tendré por qué aguantar esta situación. Ya les contaré.

Bueno, amigos, me despido. No pude escribir la semana pasada como lo tenía planeado, pero quise darme el tiempo hoy. Au revoir!

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