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lunes, 30 de noviembre de 2020

La vida en tiempos del covid-19

 Parezco disco rayado porque siempre digo lo mismo, pero la verdad, tenía pensado escribir acerca de este tema desde hace un buen tiempo. Simple y sencillamente no me había dado el tiempo de hacerlo. He estado ocupado con un par de proyectos personales y tratando de llevar una vida relativamente normal en medio de tanto caos.

Esta maldita pandemia ya me tiene harto. Todos los días es la misma cantaleta: más muertos, más contagios, más hospitalizaciones, más restricciones, más de todo lo malo y menos de todo lo bueno. Prendes la televisión y todos los días es lo mismo. Te metes a las redes sociales y la cosa está igual o peor. El maldito tema siempre sale a relucir en cualquier reunión social o en el trabajo aunque uno no quiera. Las autoridades dicen una cosa y luego dicen otra. Que no se contagia por el aire, luego que sí. Que una cosa cosa puede ser síntoma y luego que no. Todos ansiosos porque ya saquen la maldita vacuna, pero esta se ve cada vez más lejana. Escuchar tanta información y desinformación a la vez las veinticuatro horas del día es verdaderamente abrumador y desgastante.




Ya estoy harto de tener que ponerme esa maldita mascarilla que me hace sudar a gotas. Es soportable en el frío, pero no en el calor. Con esa cosa es muy difícil hacer ejercicio o actividades que te hagan sudar y que dificulten la respiración. Mis respetos para los que van al gimnasio con esas cosas. Yo lo único que pude hacer fue subir a un mirador y fue agotador, sobre todo porque la mascarilla se le pega a uno a la cara al respirar más rápido y aunque sea hipoalergénica y de un material fresco, eso no la hace más soportable.

Todos mis planes se vinieron abajo. Tenía pensado ir este año a Europa a visitar a un amigo, pero gracias a este maldito virus, tuve que cancelar mis planes. Si no es una cosa, es otra. Primero era por cuestiones económicas o de tiempo, pero ahora que esas dos cosas no representan un impedimento, se presenta esta maldita pandemia con todas las restricciones que ya todos conocemos hasta el cansancio.

Mi ya de por si precaria vida social es ahora inexistente. Cero. Los primeros meses me la pasé encerrado como la mayoría de la población. En los meses subsecuentes, comencé a salir poco a poco para lo necesario y ya después, un poco más, pero todavía con reservas. Inconscientemente tenemos la idea en la cabeza de que nos vamos a contagiar por tocar una perilla o simplemente por respirar al aire libre. Ya no sabes cómo saludar a los demás cuando los ves: dándoles la mano o un beso. Es sumamente incómodo porque no quieres herir susceptibilidades al no saber cómo piensan las demás personas al respecto.

Es un suplicio ir a cualquier lugar. En muchos lugares ya de plano les vale. Algunos lugares se ven llenos al ya no tener restricciones en el número de clientes. Hay gente que no usa mascarilla o que la usa mal y además, no respetan las medidas de distanciamiento social. Les dices algo y te los echas de enemigos.

Esta semana fui a Monterrey, pero no disfruté el viaje en lo más mínimo. No pude festejarme porque tienen prohibidas las reuniones de más de veinte personas, además de que no sé qué piensan mis amigos y familia y mejor opté por no hacer nada. Tenía pensado si acaso ir a un pueblito cercano, pero hubo cambio de planes y no se concretó. Ni modo. Ha sido uno de los cumpleaños más tristes que he pasado.

La verdad ya no sé qué pensar. Se han dicho tantas cosas al respecto que uno siente que pierde la cordura. Hay tantas teorías conspirativas al respecto, algunas un tanto descabelladas, otras no tanto, pero cada vez es más difícil mantener la misma postura. Al menos eso pienso yo. No me atrevería a asegurar que la enfermedad no existe o que es invento del gobierno, pero tampoco puedo asegurar lo contrario. Hay muchas cosas que no terminan por gustarme. Siento que hay una cierta manipulación de la información y de las cifras reportadas. También siento que hay muchas cosas que no sabemos y que nos están afectando de muchas maneras para servir a intereses superiores.




La vida en tiempos del covid-19 no es vida. Es un suplicio, un martirio, insportable, insufrible. En un abrir y cerrar de ojos, se nos fue el 2020. Era marzo y de repente ya estamos a un mes de que finalice este año. Todos esperábamos con ansias que terminara el 2020 porque de alguna manera sentíamos que el 2021 sería diferente desde el 1 de enero como por arte de magia. Pensábamos que automáticamente todo terminaría entonces. Pero no. Tristemente nos damos cuenta de que esto va para largo. Se habla incluso de que la vida normal no regresará hasta el 2022. O sea que todavía tendríamos que fletarnos otro año en las mismas condiciones.

Considero mucho a los doctores y enfermeras y de ninguna manera pretendo compararme con ellos. Solo soy un simple mortal que ha llegado a su límite y se encuentra al borde de la locura. He aprovechado este tiempo para aprender cosas nuevas y hacer otras cosas, pero nada de eso compensa este encierro. No somos libres. Y eso, no es sostenible. Tenemos que encontrar una solución viable, porque de lo contrario, por querer hacer un bien, podríamos hacer un mal mayor. Se los dejo de tarea.


miércoles, 19 de febrero de 2020

Castillos en el aire

La vida muchas veces nos lleva por caminos insospechados. Pareciera que por cada paso que damos hacia adelante, damos tres hacia atrás. Te levantas, caes, te vuelves a levantar y continúas tu camino. Pero invariablemente llega un momento en el que te cansas, en el que te hartas de todo, en el que ya no estás dispuesto a seguir. Tus fuerzas se acaban, tus ánimos decaen, tu esperanza muere. Es normal, somos humanos. Eso solo demuestra nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Recordamos que somos simples mortales de carne y hueso que andan de paso por este mundo.

 Nadie dijo que la vida sería fácil y, si hay alguien que lo dice, es un vil mentiroso. Tal vez la vida sea un poco menos difícil para algunas personas, pero eso no la hace fácil de ninguna forma. Nuestras abuelas decían que solo veníamos a este mundo a sufrir y honestamente ya me estoy convenciendo de eso. Después de ponerse con Sansón a las patadas, regresas a tu esquina todo golpeado esperando el próximo round. Es el círculo vicioso de la vida.


Cuando no ves la salida


Últimamente, parece que todo me sale mal. Mis planes se derrumbaron. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de lo que quería hacer con mi vida y, cuando por fin encuentro mi vocación, se me viene el mundo encima. 

Por azares del destino, me quedé sin trabajo. Todo lo que había planeado se vino abajo. Mi proyecto independiente está avanzando más lento de lo que esperaba y como no puedo vivir de eso todavía, pues tengo que buscarme otro trabajo, lo cual me tiene sumamente estresado. Bien dicen que no se puede vivir de amor al arte. Esa es la triste realidad.

A veces me pregunto para qué tanta faramalla. La sociedad nos impone estándares injustos. Espera que uno simplemente vaya a la escuela, encuentre un trabajo, se case, tenga hijos y muera. Y se repite el esquema con nuestros hijos. Los sueños y las aspiraciones quedan relegadas en segundo plano. A veces los sueños se convierten en pesadillas. 


La vida se te va


Una de las principales razones por la cual no me he casado es por no contar con una estabilidad económica. Está muy bonito ese discurso del amor, pero la realidad es que cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana. El amor no se come ni paga las deudas. Me parece muy irresponsable formar una familia sin tener una estabilidad económica. Solamente traen más niños al mundo para padecer y se complican la vida innecesariamente.

Por otro lado, sí me gustaría tener mi propia familia. Aunque los niños me desesperan, creo que sí podría tener uno. A veces me pongo a pensar si es que analizo las cosas demasiado. Siento que siempre quiero ver el panorama completo y sufro del denomidado "parálisis por análisis". 

Tal vez la gente que dice que no tienes que esperar a tenerlo todo tiene razón. A estas alturas ya no sé qué pensar. Pero por otro lado me da miedo una responsabilidad de ese tamaño. Me da miedo no poder con el paquete. Tal vez uno nunca esté preparado para esas cosas y tiene que lanzarse al ruedo como va.


Te dan la espalda


El año pasado me llevé una gran decepción. Me di cuenta de que algunas personas cercanas a mí no eran mis amigos en realidad. Una persona en particular se quitó la máscara y la verdad no me lo esperaba.

He aprendido a contar mis amigos con los dedos de la mano. Los verdaderos amigos no son aquellos con los que te vas de fiesta o que ves todos los días. Los verdaderos amigos son los que te dan la mano cuando lo necesitas, que te dan una palabra de aliento, una sonrisa, un abrazo sincero. Los verdaderos amigos son aquellos que aunque no veas tan seguido y que tal vez vivan en países diferentes, cuando los ves es como si el tiempo no se hubiera detenido. Se convierten en alguien de tu familia a pesar de que no lleven la misma sangre. 

No es la primera vez que me llevo una decepción en ese sentido. De hecho, ya debería haberme acostumbrado. Pero me da algo de coraje porque lo debí ver venir. Ya había señales que había visto pero que me negaba a reconocer. 

Creo que ha llegado la hora de buscar nuevos amigos. No voy a malgastar mi tiempo con gente de doble cara. La hipocresía no me va. La vida es tan corta para malgastarla de ese modo. No quiero vivir con rencores, con amargura, con malas vibras. A darle vuelta a la página. Por salud mental, he decidido alejarme de ciertas personas. Personas van, personas vienen. 


Caminante, no hay camino

Dicen que no se puede tener todo en la vida. No sé si sea cierto. No tengo trabajo, no tengo pareja, no tengo amigos...bueno, tengo unos poquititos, pero creo que entienden el punto. Lo único que me quedan son mis sueños e ilusiones y es justamente a lo que voy a aferrarme. Somos actores en nuestras propias obras de teatro. No hay un camino trazado que seguir, nosotros mismos lo vamos trazando conforme avanzamos en la vida.

Tengo los sentimientos a flor de piel. Siento miedo, impotencia, frustración, desánimo, coraje, tristeza...todo al mismo tiempo. Ahora que fui a México me enteré de que una persona que apreciaba había muerto. Se están cerrando ciclos. Y eso me recordó lo cerca que estamos de la muerte. El tiempo es cruel y no se detiene. Cuando menos te das cuenta, ya eres una persona de mediana edad que se cuestiona lo que ha logrado en la vida y te replanteas otras alternativas. Lo malo es que no siempre hay segundas oportunidades. 

La vida es corta y los sueños, frágiles. Pueden romperse en cualquier momento. Y eso es precisamente lo bello de la vida.