Hace unos días fui a una tienda de ropa a comprar algunas cosas y al entrar estaba una viejita sentada en la entrada. Me sorprendí al verla porque no andaba de compras sino trabajando. Estaba cuidando una mesita con joyería de fantasía, pero de vez en cuando se paraba para levantar algo del suelo o acomodar la ropa que la gente siempre desordena. Me dio pena ver que una persona de su edad todavía tenga que trabajar, en lugar de descansar y disfrutar de su vejez. Pero la vida rara vez es justa y eso lo he podido ver más de una vez. Desconozco el caso específico de esta viejecita, pero así como ella hay mucha gente que lamentablemente tiene que trabajar y seguir esforzándose para salir adelante porque no cuentan con los zánganos de sus hijos. Hay tantos casos así y lo digo con conocimiento de causa. Toda una vida sacrificándose por los hijos para que éstos se olviden de ti. No es justo. Tal vez por eso a veces le pienso para tener hijos. No lo sé.
Fue inevitable pensar en mi abuelita paterna. Siempre estuve muy cerca de ella, en gran parte porque vivíamos juntos. Se podría decir que fue mi segunda madre. Recuerdo su voz, su postura al caminar, sus consejos, sus enseñanzas, sus regaños... Recuerdo que siempre era la primera persona en levantarse. Se tomaba una taza de café con leche, encendía el radio y se iba al jardín a ver a sus "matitas". Siempre me despedía antes de irme a la escuela. Ella fue mi primera maestra. Fue quien me enseñó a leer y escribir antes de entrar a la primaria. También me enseñó a colorear y me recitaba poemas o cantaba canciones antiguas. Me gustaba mucho platicar con ella y que me contara cosas de cuando era joven: de sus padres, la vida en sus tiempos, su primer pretendiente... tantas cosas tan interesantes y que yo me imaginaba cuando las escuchaba. También recuerdo que le gustaba guardar retazos de tela para después hacer sábanas con ellos. A veces se ponía muy regañona, pero era muy noble. Y me hacía reír con cada cosa que se le ocurría. Todo esto se me vino a la mente de golpe cuando vi a la viejecita de la tienda. Fue como volver a ver a mi abuelita y me puse triste y melancólico. Porque me di cuenta de que todo quedó en el pasado, que no son más que recuerdos. Ya hace más de 5 años que mi abuelita se nos fue y tal parece que hubiera sido ayer cuando todavía estaba con nosotros. Su muerte fue un duro golpe, hasta se podría decir que repentino, a pesar de que estaba enferma y sabíamos que iba a morir. Uno nunca se hace a la idea y siempre alberga la esperanza de que las cosas mejorarán. Es la naturaleza humana, la resistencia a la muerte corre por nuestras venas.
Pero no sólo recordé a mi abuelita. También recordé mis miedos, uno muy concreto: el miedo al futuro, a envejecer, a morir. Siempre he tenido miedo de la muerte, de cerrar los ojos y no volverlos a abrir. De ese sueño eterno al que todos estamos irremediablemente destinados. Recuerdo que cuando era niño les decía a mis papás que no quería que se murieran nunca. Y eso no ha cambiado. Todavía los veo fuertes, con energía, con vida. Pero me da horror pensar que dentro de unos años serán unos viejitos que dependerán de mí. Que poco a poco irán perdiendo su fuerza, su energía. Que se volverán lentos, que comenzarán a olvidar cosas, que cada vez más dependerán de alguien más hasta para las cosas más elementales. Y peor aun, que algún día morirán. Que dejarán un vacío en mí, que me dejarán solo. Sé que es algo inevitable, que a todos nos pasará tarde o temprano. Pero eso no lo hace más fácil. El tiempo pasa y no se detiene. Poco a poco las personas que nos rodean nos dejan para no regresar. Como mi tía Bertha, la hermana mayor de mi papá, que murió hace unos días. Y llegará el tiempo en que serán otros familiares, otras personas cercanas, mis papás...Creo que nunca estaré preparado para enfrentar una situación así. Dicen que el tiempo lo cura todo, o por lo menos te ayuda a superar las cosas, puede ser.
Soy hijo único. No sé si algún día me casaré y tendré hijos. La verdad no me siento preparado, tal vez lo esté o tal vez no. Creo que formar una familia es una gran responsabilidad y por tanto, no debe tomarse a la ligera. Hay tanta gente que se casa y tiene hijos porque es lo que la sociedad espera, porque todo mundo lo hace. Pero no tienen una convicción firme. Es la llave para el fracaso. Por eso no quiero formar una familia sin estar seguro, sin sentirlo. No quiero hacerlo simplemente por miedo a la soledad. Me parece patético, vulgar. Pero conforme pasa el tiempo y mis padres envejecen y pienso en el futuro, se me vienen tantas cosas a la cabeza. Pienso en que no tendré a nadie el día que ellos me dejen. No tengo hermanos, solamente primos y amigos. Los quiero mucho, pero no es lo mismo. Son cariños diferentes. Me siento confundido, perdido. A veces me da coraje conmigo mismo por analizar tanto las cosas, pero es algo innato en mí. No me gusta pensar en el futuro, en lo que será. Odio la incertidumbre. Pero es algo cada vez más recurrente, sobre todo en mis noches de insomnio. Pienso en mis papás, en mí, en que todo cambiará. En el fondo pienso que sigo siendo ese niño pequeño que lloraba con la sola idea de perder a sus papás.
No quiero envejecer, volverme torpe, que me falle la memoria. No quiero tener que depender de alguien más para las cosas más simples de la vida. Me parece cruel. Sería preferible morir jóvenes, me parece más humano. Pero es la ley de la vida. Algún día todos envejeceremos y eventualmente moriremos. Iremos a la casa grande, como decía una viejita que conocía. A algunos les llega la hora más temprano que a otros, pero tarde o temprano todos moriremos. Todos vamos para allá.
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