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domingo, 8 de abril de 2018

Todos vamos para allá

Hace unos días fui a una tienda de ropa a comprar algunas cosas y al entrar estaba una viejita sentada en la entrada. Me sorprendí al verla porque no andaba de compras sino trabajando. Estaba cuidando una mesita con joyería de fantasía, pero de vez en cuando se paraba para levantar algo del suelo o acomodar la ropa que la gente siempre desordena. Me dio pena ver que una persona de su edad todavía tenga que trabajar, en lugar de descansar y disfrutar de su vejez. Pero la vida rara vez es justa y eso lo he podido ver más de una vez. Desconozco el caso específico de esta viejecita, pero así como ella hay mucha gente que lamentablemente tiene que trabajar y seguir esforzándose para salir adelante porque no cuentan con los zánganos de sus hijos. Hay tantos casos así y lo digo con conocimiento de causa. Toda una vida sacrificándose por los hijos para que éstos se olviden de ti. No es justo. Tal vez por eso a veces le pienso para tener hijos. No lo sé.





Fue inevitable pensar en mi abuelita paterna. Siempre estuve muy cerca de ella, en gran parte porque vivíamos juntos. Se podría decir que fue mi segunda madre. Recuerdo su voz, su postura al caminar, sus consejos, sus enseñanzas, sus regaños... Recuerdo que siempre era la primera persona en levantarse. Se tomaba una taza de café con leche, encendía el radio y se iba al jardín a ver a sus "matitas". Siempre me despedía antes de irme a la escuela. Ella fue mi primera maestra. Fue quien me enseñó a leer y escribir antes de entrar a la primaria. También me enseñó a colorear y me recitaba poemas o cantaba canciones antiguas. Me gustaba mucho platicar con ella y que me contara cosas de cuando era joven: de sus padres, la vida en sus tiempos, su primer pretendiente... tantas cosas tan interesantes y que yo me imaginaba cuando las escuchaba. También recuerdo que le gustaba guardar retazos de tela para después hacer sábanas con ellos. A veces se ponía muy regañona, pero era muy noble. Y me hacía reír con cada cosa que se le ocurría. Todo esto se me vino a la mente de golpe cuando vi a la viejecita de la tienda. Fue como volver a ver a mi abuelita y me puse triste y melancólico. Porque me di cuenta de que todo quedó en el pasado, que no son más que recuerdos. Ya hace más de 5 años que mi abuelita se nos fue y tal parece que hubiera sido ayer cuando todavía estaba con nosotros. Su muerte fue un duro golpe, hasta se podría decir que repentino, a pesar de que estaba enferma y sabíamos que iba a morir. Uno nunca se hace a la idea y siempre alberga la esperanza de que las cosas mejorarán. Es la naturaleza humana, la resistencia a la muerte corre por nuestras venas.

Pero no sólo recordé a mi abuelita. También recordé mis miedos, uno muy concreto: el miedo al futuro, a envejecer, a morir. Siempre he tenido miedo de la muerte, de cerrar los ojos y no volverlos a abrir. De ese sueño eterno al que todos estamos irremediablemente destinados. Recuerdo que cuando era niño les decía a mis papás que no quería que se murieran nunca. Y eso no ha cambiado. Todavía los veo fuertes, con energía, con vida. Pero me da horror pensar que dentro de unos años serán unos viejitos que dependerán de mí. Que poco a poco irán perdiendo su fuerza, su energía. Que se volverán lentos, que comenzarán a olvidar cosas, que cada vez más dependerán de alguien más hasta para las cosas más elementales. Y peor aun, que algún día morirán. Que dejarán un vacío en mí, que me dejarán solo. Sé que es algo inevitable, que a todos nos pasará tarde o temprano. Pero eso no lo hace más fácil. El tiempo pasa y no se detiene. Poco a poco las personas que nos rodean nos dejan para no regresar. Como mi tía Bertha, la hermana mayor de mi papá, que murió hace unos días. Y llegará el tiempo en que serán otros familiares, otras personas cercanas, mis papás...Creo que nunca estaré preparado para enfrentar una situación así. Dicen que el tiempo lo cura todo, o por lo menos te ayuda a superar las cosas, puede ser. 





Soy hijo único. No sé si algún día me casaré y tendré hijos. La verdad no me siento preparado, tal vez lo esté o tal vez no. Creo que formar una familia es una gran responsabilidad y por tanto, no debe tomarse a la ligera. Hay tanta gente que se casa y tiene hijos porque es lo que la sociedad espera, porque todo mundo lo hace. Pero no tienen una convicción firme. Es la llave para el fracaso. Por eso no quiero formar una familia sin estar seguro, sin sentirlo. No quiero hacerlo simplemente por miedo a la soledad. Me parece patético, vulgar. Pero conforme pasa el tiempo y mis padres envejecen y pienso en el futuro, se me vienen tantas cosas a la cabeza. Pienso en que no tendré a nadie el día que ellos me dejen. No tengo hermanos, solamente primos y amigos. Los quiero mucho, pero no es lo mismo. Son cariños diferentes. Me siento confundido, perdido. A veces me da coraje conmigo mismo por analizar tanto las cosas, pero es algo innato en mí. No me gusta pensar en el futuro, en lo que será. Odio la incertidumbre. Pero es algo cada vez más recurrente, sobre todo en mis noches de insomnio. Pienso en mis papás, en mí, en que todo cambiará. En el fondo pienso que sigo siendo ese niño pequeño que lloraba con la sola idea de perder a sus papás. 

No quiero envejecer, volverme torpe, que me falle la memoria. No quiero tener que depender de alguien más para las cosas más simples de la vida. Me parece cruel. Sería preferible morir jóvenes, me parece más humano. Pero es la ley de la vida. Algún día todos envejeceremos y eventualmente moriremos. Iremos a la casa grande, como decía una viejita que conocía. A algunos les llega la hora más temprano que a otros, pero tarde o temprano todos moriremos. Todos vamos para allá.

domingo, 1 de abril de 2018

Están viendo y no ven

Los estadounidenses siempre han hablado de la inseguridad, el narcotráfico, los secuestros, homicidios y otros crímenes que afectan a México y América Latina, pero cierran los ojos ante una realidad ineludible: el problema de las armas en su país. Porque sí, es un problema y uno grave. Desde hace mucho tiempo escuchamos noticias de balaceras en lugares públicos, principalmente escuelas. Y tal parece que es un cuento de nunca acabar. No terminamos de asimilar una noticia cuando ya sucedió algo más en otra parte. Pero no existe ningún problema, son casos aislados, los problemas de violencia se encuentran en otros países, pero no en EE. UU. Aquí son casos menores, paranoia de la gente, exageraciones de los medios. 

Es incomprensible el porqué es tan fácil adquirir armas en este país. Las venden como si fueran golosinas. Por eso no es de extrañarse que sucedan tantas cosas lamentables aquí. Que un muchacho mató a su profesor y no sé cuántos compañeros en la escuela. Que un hombre entró a una sala de cine y mató a las personas que habían asistido a la premier de una película. Que otro hombre disparó a diestra y siniestra desde el balcón de su hotel. Que otro sujeto entró a un antro y mató a varias personas. Que un niño mató a sus padres por accidente y otro mató a su hermana porque no le prestaba un videojuego. Y la lista sigue y sigue. No me he dado a la tarea de investigar la frecuencia con la que suceden estos casos, pero créanme que no se necesita ser ningún experto en el tema para darse cuenta de que hay un problema grave. ¿Qué demonios tienen estas personas en la cabeza? Matan a sangre fría y muchos de ellos lo hacen sin ningún remordimiento. Y la mayoría son unos cobardes porque en lugar de enfrentar las consecuencias de sus actos, se quitan la vida ellos mismos y la cosa muere ahí. Siempre que sucede una balacera se habla por unos cuantos días sobre controlar o suspender la venta de armas, pero al final no sucede nada. Todo queda en palabras, en promesas, en debates. Es una triste página en la historia de este país a la que no le han podido dar la vuelta. 




Se trata de un problema cultural. El uso de armas está tan arraigado en la psique de los estadounidenses que es difícil hacer una reforma radical al respecto, pero no es imposible. Es imperante más bien. Pero es increíble el poder que tiene en este país la NRA (National Rifle Association, por sus siglas en inglés). No me sorprendería que también haya empresarios y políticos boicoteando cada medida regulatoria que se propone. Y es que es comprensible, es un negocio muy redituable. No pueden dejar que se les escape la gallina de los huevos de oro. Para tener una idea, se estima que nueve de cada diez personas tienen un arma. Y sabemos que muchas personas tienen más de una. 

Los defensores de las armas argumentan que es un derecho constitucional, haciendo referencia a la Segunda Enmienda. Efectivamente, está permitido tener armas, pero ¿eso lo hace algo bueno? Hay que analizar el contexto histórico de la ley. Fue una ley que tenía sentido en el tiempo de la Colonia, pero no ahora. En la actualidad es una ley anacrónica. Lo chistoso del asunto es que las mismas personas que defienden las armas a capa y espada son las mismas que demeritan otras cuestiones como el despojo de tierras a los indios americanos por parte de los blancos o la esclavitud a la que fueron sometidos durante mucho tiempo los afroamericanos, porque, según ellos, todo eso pasó hace mucho tiempo. Pues bien, la ley que ampara el derecho a portar armas es muy vieja y fue concebida en un contexto totalmente diferente al que enfrentamos hoy día. Pero esta gente tiene mala memoria o dobles estándares para juzgar las cosas.




Algo que me da mucho coraje, y no solamente a mí sino a muchos latinos, es el hecho de que se hagan distinciones al momento de señalar a los protagonistas de las balaceras. Siempre que se trata de un hombre de raza caucásica, se dice que padecía de sus facultades mentales, que estaba enfermo, por no decir loco. Pero cuando se trata de un latino o un negro, simple y sencillamente son asesinos, criminales con todas sus letras. Siempre se trata de justificar o demeritar los hechos realizados por hombres blancos. No así con los latinos. Es una triste realidad que podemos ver en la prensa escrita y medios audiovisuales. Los blancos que matan a otras personas lo hacen porque no estaban bien de la cabeza, porque estaban enfermos, no porque sean asesinos. Es un derecho que no se les da a los latinos. Ellos no pueden padecer de sus facultades mentales, es algo inconcebible. 





Como ya mencioné antes, se trata de un problema cultural. He hablado con varias personas sobre el tema y me he percatado de que los latinos nacidos o criados aquí tienen una perspectiva muy diferente a la que tenemos los inmigrantes. Para ellos, tener armas es de lo más común. Es una manera de defenderse. Las armas los hacen sentirse más seguros. Necesitan contrarrestar el sentimiento de vulnerabilidad. A pesar de que según ellos la policía es más efectiva aquí, no pueden depender de ellos y por eso necesitan tener armas. Lo cierto es, que las armas han hecho más mal que bien. Las estadísticas no mienten. Solamente en los primeros cuarenta y cinco días de 2018 se registraron treinta tiroteos, resultando más de 1.800 personas muertas. Realmente son cifras alarmantes.

Se ha demostrado que el control de armas rinde frutos. En Australia, por ejemplo, los tiroteos cesaron y la seguridad mejoró notablemente en los 20 años posteriores a la prohibición de armas. Pero hazle entender esto a los gringos. No entienden razones. Se han encargado de lavarles el cerebro bien y bonito a lo largo de los años. El propósito original de la Segunda Enmienda se desvirtuó y se emplea como una excusa estúpida para poseer armas. No importa cuantas masacres sucedan ni cuantas personas inocentes mueran, primero está su derecho a portar armas. Muchos creen que las armas nunca serán controladas o incluso prohibidas. Empiezo a creer que tienen razón.




Me llamó mucho la atención un artículo que leí hace poco. No lo guardé, así que no tengo el enlace, pero me acuerdo del tema central. El artículo hablaba sobre el problema de las armas en este país, pero desde una perspectiva que no había tomado en cuenta. Siempre que vemos noticias sobre un tiroteo o masacre, el autor es hombre. Honestamente no recuerdo haber visto una sola noticia donde una mujer sea la protagonista. ¿Qué nos dice esto? ¿Por qué son hombres quienes asesinan y no mujeres? Esto nos habla de un problema de género, de identidad, de una masculinidad malentendida. Muchos hombres crecen con traumas, pero no todos los externamos de la misma forma. Para algunos, la violencia es una ruta de escape, de desahogo. No dudo que haya unos cuantos que lo hagan para vengarse por ser víctimas de acoso escolar, pero la verdad es que no es así en la mayoría de los casos.

Soy partidario de la paz y la prohibición de las armas. Éstas no deberían existir, pero eso sólo es posible en un mundo perfecto. Veo muy difícil que se haga algo contundente al respecto en EE. UU. La única solución que veo a mediano y largo plazo es inculcarles valores y reforzarlos en nuestros niños y adolescentes. Hacerles ver que la violencia es inadmisible e injustificable en cualquier caso. ¿Vale la pena? Yo creo que sí.