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domingo, 10 de septiembre de 2017

Infierno submarino

Noticias desalentadoras, compras de pánico, caos por doquier...el preludio del huracán Harvey. El miedo se respiraba en el aire. Para muchos de nosotros, esta era la primera vez que nos enfrentábamos a algo así. Había visto la devastación de los huracanes y otros fenómenos naturales en la televisión o el periódico, pero todo eso me era ajeno hasta hace poco tiempo. Quién iba a pensar que esa misma semana seríamos testigos de dos fenómenos naturales tan importantes: el eclipse solar total y un horrible huracán. De hecho, yo no me enteré del huracán hasta un día antes de que se esperaba que tocara tierra. Ese jueves al salir del trabajo, me dirigí directamente a la tienda para comprar agua, comida enlatada y demás cosas necesarias para un caso de este tipo. Nunca me imaginé con lo que me iba a topar. Ni siquiera en las compras del Viernes Negro me había tocado ver algo así. El estacionamiento de Walmart estaba abarrotado; el interior de la tienda ni se diga. La gente ya había arrasado con el agua, no había nada. Solamente pude comprar unas latas de comida y otras cosas, pero nada de agua. Fui a tres tiendas más y lo mismo: en ningún lugar tenían agua. Esperaban que les trajeran más a la mañana siguiente, pero no se sabía nada más con certeza. No me quedaba más que esperar al día siguiente, aunque primero tenía que ir a trabajar. Mientras buscaba agua en las tiendas, mi mamá me habló por teléfono para decirme que habían conseguido un paquete de 24, pero se los habían vendido muy caro: USD 8. ¡Casi el doble de su precio normal! Y se oyeron más reportes similares en las noticias. Nunca faltan esas personas abusivas que se quieren aprovechar de la situación. En fin, me regresé a la casa, pero antes de llegar me detuve a cargar gasolina porque decían que el servicio se vería afectado. Así terminó el primer día.




El viernes me levanté a la hora de costumbre y me fui a trabajar. Ese día menos que nunca tenía ganas de ir, pero en la empresa nos dijeron que fuéramos. En el camino a la oficina me detuve en una gasolinera de nuevo a cargar, aunque tenía el tanque lleno hasta 3/4. La fila estaba larguísima. Mientras esperaba, veía gente salir de Walmart con paquetes de agua. Me vi tentado a entrar a la tienda a comprar agua, pero ya iba tarde a la oficina y mejor desistí. Ese día se me hizo eterno. Tan pronto saliera de la oficina, ya tenía pensado ir a la tienda a ver si ahora sí encontraba agua. Solamente teníamos como 40 botellas de medio litro cada uno, pero no sabíamos cómo iba a estar la situación en los próximos días. Aunque honestamente, no tenía muchas esperanzas de encontrar agua a esas alturas porque en todos lados me habían dicho que los próximos cargamentos les llegarían en la mañana, pero yo estaba seguro de que para ese entonces la gente habría arrasado con todo. Poco antes de salir de la oficina ese día, mi jefe se apareció por ahí (últimamente casi no se para en la oficina para nada) y me llevó un paquete de 24. Así que ya no había necesidad de ir a la tienda. Aunque lo hice de todos modos para comprar unas latas de calor por eso de que se fuera la electricidad. Y como en la casa todo es eléctrico, pues quise prevenir.




Sábado. Ese día pasó tranquilamente en Houston. El huracán había tocado tierra en Corpus Christi la noche anterior. Realmente el sábado no llovió para nada en Houston y mucha gente, incluyéndome, llegamos a pensar que tal vez la situación no sería tan severa. Qué equivocados estábamos. No nos imaginábamos lo que estaba por suceder. Mucha gente ese día andaba en la calle haciendo sus actividades normales. Tal parecía que la prensa había magnificado las cosas y que estábamos siendo fatalistas. Contacté a mis amigos y estuvimos jugando Dominion por horas en Internet. Esa noche muchos nos fuimos a dormir tranquilamente.

El domingo amaneció lloviendo. Al parecer estuvo lloviendo durante toda la madrugada. Esa mañana me levanté igual que de costumbre, me di un baño y desayuné. Incluso tuve mi intercambio de francés con mi amigo por Skype. De nuevo me conecté con mis amigos y nos pusimos a jugar por Internet, ahora con mucha mayor razón ya que la lluvia estaba horrible para salir a la calle. Unas horas después, a eso de la 1 p.m. nos llamó mi tío que vive en la misma cuadra que nosotros para decirnos que nos asomáramos a la calle. Lo hicimos y ¡oh sorpresa! La calle ya estaba inundada. El agua llegaba hasta el cordón de la banqueta. Conforme transcurrían las horas veíamos cómo subía el agua. Al poco tiempo el agua comenzó a meterse al jardín. Era cuestión de horas para que el agua comenzara a meterse a los carros estacionados. Mi mamá y yo comenzamos a entrar en pánico. Mi tío nos habló más de una vez para decirnos que nos fuéramos a su casa por si era necesario evacuar en algún momento, así podríamos irnos todos juntos. Comenzamos a correr y empacar cuanto pudimos: ropa, medicamentos, linternas, en fin. Mientras mi mamá y yo hacíamos esto, mi papá estaba de lo más tranquilo viendo el futbol en la televisión. Decía que para qué nos preocupábamos, que no podíamos hacer nada. De hecho él no quería salir de la casa. Por un lado, envidiaba su calma ante la situación. Aunque más que calma, yo diría indiferencia. Pero por otro lado, me enojaba que no se diera cuenta del alcance de lo que podría ocurrir. Tardamos en salir de la casa a causa de él. Prácticamente tuvimos que obligarlo a que nos acompañara. Estuvo repelando un buen rato, pero finalmente accedió a acompañarnos. Nos salimos de la casa a eso de las 4 p.m. Ya para ese entonces el agua me llegaba arriba de las rodillas. Nos fuimos caminando despacio, mi mamá tomándome del brazo. Nunca había visto tanta agua en mi vida. Por dondequiera que volteara uno, se veía agua por todas partes. Llegamos a casa de mi tío y ahí nos quedamos. Mi papá se la pasó afuera. Traía un humor de los mil demonios porque no se quería salir de la casa, pero qué se le iba a hacer. Al poco tiempo otros familiares llegaron a la casa de mi tío y ya había casa llena. No apagamos la televisión en toda la noche. Veíamos cómo estaban inundadas las calles, personas varadas en sus vehículos, personas ahogadas, gente desesperada porque la rescataran, noticias de que el gobierno iba a abrir las represas y las calles se iban a inundar aún más...y lo peor de todo es que todos los pronósticos apuntaban a que el huracán (ya era tormenta tropical) continuaría por lo menos hasta el martes o miércoles. Esa noche dormimos como pudimos. Mis tíos ni siquiera durmieron.




El lunes al despertar lo primero que hicimos fue asomarnos afuera a ver el nivel del agua. Este ya había crecido considerablemente. La noche anterior el agua llegaba al primer escalón (vivimos en casas móviles, las cuales están un poco elevadas). El lunes el agua ya llegaba al penúltimo escalón de un total de 5 escalones. No dejaba de llover. Y lo peor de todo es que había rumores de que iban a abrir una represa que se encuentra cerca porque ya casi estaba a capacidad. Todo indicaba que en unas cuantas horas el agua comenzaría a meterse a la casa. Teníamos que evacuar. En las calles se veía gente caminando entre el agua, algunas con lanchas o salvavidas en los que llevaban a niños y adultos de la tercera edad, otros más aventurados se iban en sus camionetas esperando ir a un lugar más alto.  Hablamos al 911 para que nos rescataran, pero nos dijeron que teníamos que llamar a otro número (el cual estaba igual de saturado). Nos tuvieron en espera un buen rato hasta que nos contestaron y les dimos todos los datos que nos pidieron. Dijeron que iban a enviar un equipo de rescate tan pronto fuera posible. Estuvimos esperando durante más de una hora, pero vimos que esto iba para largo. El nivel del agua seguía creciendo y no podíamos arriesgarnos a quedarnos atrapados en la casa. Así que decidimos evacuar por nuestra cuenta. Mis tíos habían estacionado sus camionetas en la avenida que estaba un poco más en alto. Tuvimos que hacer varios viajes los hombres hasta allá para llevar las cosas a las camionetas. El agua ya me llegaba a la cintura. Soy alto (mido 1.83 m) así que ya se imaginarán el nivel del agua. Ayudamos a las mujeres a llegar a la avenida también. Casi al llegar a la avenida había un poco de corriente. Una vez que estábamos todos dentro de las dos camionetas, comenzamos a avanzar muy lentamente. Conforme avanzábamos, el nivel del agua comenzaba a subir. No recuerdo hasta dónde nos llegaba, pero ya no había marcha atrás. Solamente podíamos seguir hacia adelante. Llegó un momento en que pensé que la camioneta se iba a apagar y que nos quedaríamos atrapados en medio del agua. Pocas veces había sentido tanto miedo. Llegamos al cruce con la otra avenida y no sabíamos si seguir derecho o dar vuelta. Mi tío le dio derecho, pero vimos que el agua estaba más alta y nos regresamos mejor. Avanzamos lentamente hasta que llegamos a otra avenida menos inundada. Nos detuvimos en una gasolinera donde se encontraban bastantes personas igual que nosotros de asustadas, sin saber qué hacer. Estuvimos un rato en la gasolinera hasta que llegaron los bomberos y nos dijeron que nos metiéramos a la escuela que se encontraba cerca. Es un edificio de dos pisos y es el punto más alto a la redonda. Al parecer alguien quebró el vidrio de la entrada, forzó la puerta o no sé qué y la alarma no dejaba de sonar. Entramos a la escuela y el agua ya me llegaba a los tobillos. Subimos al segundo piso y ahí estuvimos un buen rato. Lo más probable era que nos quedaríamos a pasar la noche ahí. Conforme pasaban los minutos llegaba y llegaba más gente. Comenzaron a forzar las puertas para meterse a los salones, ya que estos estaban cerrados con llave. La gente comenzó a traer comida y bebidas de la cafetería ya que muchos no habíamos comido en todo el día. Una prima me llamó varias veces para decirme que una amiga de ella estaba rescatando gente en su lancha y que si queríamos nos podía ayudar. También nos ofrecían ir por nosotros a una avenida cerca, pero el camino estaba todo inundado. Mis tíos ya no se querían mover de la escuela. La verdad la situación estaba crítica. Hubo reportes de que en unas partes de la escuela el techo comenzó a caerse. No supe si fue verdad o invento de la gente. En fin, estábamos en el salón sentados, mi papá y mis tíos se durmieron un rato porque estaban cansados y no era para menos, fue un día muy difícil. De rato pasaron a avisar que nos iban a sacar de ahí en helicóptero. La escuela en la que estábamos nunca fue habilitada como albergue y estábamos en zona de riesgo. Incluso nos dijeron que estaban desalojando los albergues que sí eran oficiales porque era una zona peligrosa. Comenzaron a pasar por cada salón y hacer un conteo de las personas que éramos. Nos dirigimos al patio de la escuela y nos formamos en fila para subirnos al helicóptero. Hacía frío y no dejaba de llover. Parecía que el cielo se estaba cayendo. No sé cuánto tiempo estuvimos esperando, pero se me hizo eterna la espera. Abracé a mi mamá y nos pusimos a llorar. No sabíamos qué iba a pasar. Perdí la cuenta de cuántos helicópteros venían y se iban hasta que tocó nuestro turno. Nos fuimos en el mismo viajes mis papás, mis abuelos y yo. Sentí horrible cuando el helicóptero comenzó a ascender. Sería el miedo, la tensión del momento, el hecho de que era la primera vez que volaba en helicóptero o una combinación de todo lo anterior, pero estaba muerto de miedo. Cuando íbamos en el aire veíamos cómo la ciudad estaba prácticamente sumergida bajo el agua. Parecía una de esas películas apocalípticas. Llegamos a nuestro destino y estaban unas patrullas esperándonos para llevarnos al centro de convenciones en el centro de la ciudad, el cual había sido habilitado como albergue. Aquí comenzó otra verdadera odisea.





No sé si alguien de ustedes alguna vez ha estado en un albergue, pero les puedo asegurar que es horrible. Cuando llegamos era un caos total. De entrada, nos revisaron a todos para asegurarse de que nadie introdujera algo peligroso. Después hacer fila para registrarse y contestar un montón de preguntas. Una vez hecho esto, nos dieron acceso a una de las salas principales. Había montones de personas y filas por todos lados...fila para cobijas, fila para catres, fila para ropa, fila para comida, fila para mascotas, fila para atención médica, etc. Nos dividimos; mientras unos hacían fila para catres, otros hacían fila para la comida o cobijas. No dejaba de llegar gente. Unas afromericanas comenzaron a pelearse y tuvo que intervenir la policía. De hecho nos tocó ver por lo menos dos altercados más en otras filas en los cuales los protagonistas eran afroamericanos. Qué gente tan problemática, de veras. Bueno, pues finalmente después de quién sabe cuántas horas de espera tocó nuestro turno, pero no alcanzamos catre, solamente una colcha para tender en el suelo. Un voluntario nos hizo favor de conseguir por lo menos un catre para mi abuelita. Los demás dormimos en el piso. Esa noche ni cenamos, nos fuimos directo a dormir.




El martes estábamos preocupados por mi abuelita porque ella es diabética y además necesita que le hagan hemodiálisis tres veces por semana. La última vez que le habían hecho eso había sido el viernes pasado. Las personas en este estado no deben durar mucho tiempo sin tratamiento. Así que preguntando aquí y allá nos llevaron con los paramédicos y después de llenar un cuestionario, nos dijeron que nos sentáramos a esperar para que nos trasladaran a un centro de hemodiálisis que se encontraba cerca. Después de un buen rato tocó nuestro turno. Éramos diez personas en total: seis pacientes y cuatro acompañantes. Nos dejaron ahí y nos dijeron que nos recogerían más tarde. Nos registramos en el mostrador y a esperar. Llegamos a eso de las 11:15 a.m. No habíamos desayunado nada y no traíamos dinero para comprar nada. Después de unas horas me llamó un tío para preguntarnos dónde estábamos porque mi abuelo le había comentado algo al respecto. Este tío del cual hablo es otro, no es de los que evacuaron con nosotros. Le dije dónde estábamos y dijo que iba a llevarnos algo de comer. Él vive un poco lejos y muchas calles estaban inundadas o cerradas por la policía, pero a como pudo llegó. Bien contentos, mi abuelita y yo nos pusimos a comer y a seguir esperando. El trabajador social llamó el nombre de mi abuelita, solamente para decirnos que no aparecía en el sistema. Y mi abuelita no traía su seguro social, identificación ni nada. Llamé a mi abuelo por teléfono para que me pasara los datos. Una vez que conseguí los datos, el trabajador social nunca se apareció en la sala de espera. Finalmente lo vi y le di la información y con eso pudo encontrar a mi abuelita en el sistema. No sin antes hacernos firmar un sinfín de papeles. Ni en estos casos pueden hacer la maldita burocracia de lado. Nos dijeron que la iban a pasar como a eso de las 5 p.m. En el inter, venía una enfermera tras otra para tomarnos los datos, historial clínico, etc. Y aquí se presentó otro problema porque mi abuelita no traía una hoja que le debieron haber dado donde le dan el tratamiento. Aparte de las enfermeras, nos interrogó el doctor del centro médico y dijo que estaban tratando de contactar al doctor de cabecera de mi abuelita, pero que no lograban comunicarse. Así estuvimos otro largo rato hasta que la pasaron a las 8 p.m. ¡Casi nueve horas después de que habíamos llegado! Ya prácticamente toda la gente se había ido. Le dieron solamente dos horas de tratamiento en lugar de las tres habituales y ahora teníamos que esperar a que fueran a recogernos. Pasaba el tiempo y no iba nadie. Éramos cuatro personas esperando, todos los demás ya se habían ido. Les dijimos a las enfermeras que contactaran a la gente en el centro de convenciones y no contestaban las llamadas o decían que ya venían. Tuve que llamarle a mi mamá para que le pidiera a alguien que fuera a recogernos. Después de dos horas de espera, enviaron a alguien por nosotros. Ese día la pasé verdaderamente fatal.

El miércoles ya habíamos decidido que nos íbamos a ir a casa de mi tío. Recogimos nuestras cosas y nos salimos a la calle. Tan pronto salimos, nos abordó un reportero de un periódico para entrevistarnos. Llegó mi tío y que nos pesca un reportero de un noticiero español. Finalmente nos pudimos ir. Nos llevaron a comer a un restaurante. Ya teníamos ganas de algo decente. Después nos llevaron a la casa a ver cómo había quedado. La verdad estábamos temerosos de la situación en que encontraríamos todo. Al llegar, lo primero que vimos fue los carros. Efectivamente, los dos se inundaron, pero a mí me fue peor que a mi papá. Mi carró sí prendió pero al parecer se le dañó la transmisión y el cableado eléctrico. A mi papá no le fue tan mal porque él alcanzó a poner el carro un poco más en alto. Ahora a ver la casa. Grande fue nuestra sorpresa. ¡El agua no logró meterse! Nos lo confirmó un vecino que se quedó solo en su casa y que no evacuó para nada. Nos volvió el alma al cuerpo porque ya nos veíamos teniendo que comprar todo otra vez. Mucha gente lo perdió todo. En los noticieros veíamos cómo a la gente se le echaron a perder sus muebles, aparatos electrodomésticos, carros, etc. Incluso supimos de familiares y amigos que estuvieron entre los afectados. En nuestro caso, solamente fueron los carros. Le doy gracias a Dios porque no nos fue tan mal como a tantas otras personas. 





Como no había electricidad en la casa, nos fuimos a casa de mi tío. Estaba desesperado por darme un baño, ya que no lo había hecho en tres días. Ese baño que me di el miércoles fue glorioso. Después de bañarnos todos, cenamos y nos pusimos a ver películas. Esa noche dormimos como no lo habíamos hecho durante lo que parecieron siglos. Al día siguiente, mi abuelo fue a recogernos. Ya había electricidad en la colonia. Nos regresamos a la casa ahora sí. Como era fin de semana feriado, mi jefe me dijo que regresábamos hasta el martes. Pero eso no significa que la pasé tirando flojera. Había un montón de basura en el patio y el jardín que había que tirar. Igual, tuvimos que limpiar la casa a fondo, aunque como ya lo dije, el agua no logró meterse. También anduvimos con los carros viendo qué se podía hacer. Así que todo este tiempo no fueron vacaciones para nada. Por cierto, necesito unas buenas vacaciones. Y pensar que apenas hace un mes andaba en Canadá...

Tenía pensado ir a Monterrey, pero dada la situación no pude hacerlo. Pero estoy contento dentro de lo que cabe. Para muchas personas, las consecuencias de la tormenta todavía perduran. Muchas son parte del proceso de reconstrucción de la ciudad. Muchas personas no solamente se quedaron sin casa o auto sino también sin trabajo. Le agradezco infinitamente a Dios que no fue nuestro caso. Pero ahora cada vez que sea temporada de huracanes voy a estar con la zozobra que siempre me invade en los momentos difíciles. A la próxima huyo a otra ciudad sin pensarlo. Más vale que digan aquí corrió...

Verdaderamente fueron momentos difíciles. Me tocó ver ancianos solos, gente con alguna discapacidad, mujeres embarazadas, gente de diferentes nacionalidades y razas, todos asustados, llorando...Dentro de todo esto, me dio gusto ver que todavía hay gente buena que está dispuesta a ayudar a los demás. Todo esto también nos sirvió para acercarnos más como familia y para voltear al cielo y recordar que Dios existe. Debemos comenzar por concientizarnos también sobre lo que le estamos haciendo al planeta. No podemos cosechar más que tempestades si solamente sembramos tormentas. 

Bueno, amigos, me despido. No había podido escribir porque después de la tormenta mi servicio de Internet se vio interrumpido por casi dos semanas. Au revoir!